Historia de la Iglesia
La expansión del cristianismo: Para juzgar el progreso misional del cristianismo, nos basta atenernos a los resultados: en efecto, a partir de la época apostólica podemos observar, casi de un decenio al siguiente, cómo el mapa se va llenando con los nombres de nuevas comunidades de fieles, hasta que a fines del siglo III apenas queda en todo el Imperio romano una sola ciudad importante en la que no se encuentren cristianos. Muy poco es, en cambio, lo que sabemos sobre el modo de difundirse la fe, y en particular acerca de las personas a las que tal expansión se debe.
Lo que mejor conocemos son los comienzos de la difusión de la nueva doctrina, gracias a los Hechos de los apóstoles de san Lucas, fuente histórica que en riqueza de contenido, vivacidad de exposición y credibilidad apenas encuentra su paralelo en toda la literatura antigua. Pero los Hechos no son más que un fragmento. Ya el título no corresponde del todo a su contenido. Lo que en realidad nos dan los doce primeros capítulos son sólo los hechos y vicisitudes de san Pedro. Luego la narración se interrumpe bruscamente con la enigmática frase: “Y salió, yéndose a otro lugar”. Y desde este punto hasta el final ya sólo se habla de Pablo. La única vez que reaparece san Pedro es con ocasión del concilio apostólico. Pero es que también la historia de san Pablo se interrumpe con igual brusquedad, con la noticia de que el apóstol permaneció dos años enteros en su casa de Roma “enseñando con toda libertad”. Ahora bien, un rasgo característico de la composición de este libro, que aparece también en el evangelio de san Lucas, consiste en abandonar súbitamente un tema para más adelante volver a recoger el cabo que había quedado suelto. Es, pues, posible, y ya los antiguos pensaron en ello, que Lucas tuviera la intención de volver a tratar de san Pedro e incluso decir algo acerca de los demás apóstoles. Pero sea de ello lo que fuere, lo positivo es que, tal como lo tenemos, el libro de los Hechos, si prescindimos de los primeros años, no nos da una historia de la Iglesia, sino sólo la historia de los viajes del apóstol Pablo. Y como a mayor abundamiento poseemos las catorce epístolas de san Pablo, que vuelven a situamos en el mismo círculo, la labor misionera del apóstol de los gentiles viene a cobrar a nuestros ojos un relieve tan destacado, que nos sentimos tentados a considerarlo, no ya como el misionero más eficaz, sino como el único difusor de la fe.
Muy lejos de las rutas recorridas por san Pablo encontramos por doquier comunidades cristianas que no ceden en importancia a las iglesias fundadas por aquél. La noticia de que la comunidad de Alejandría fue fundada por el evangelista san Marcos está suficientemente atestiguada. De Roma, en cambio, ni siquiera sabemos quién fue el primero en introducir el cristianismo. Cuando en la primavera del año 60 san Pablo vino a Roma, encontró allí ya una numerosa comunidad. Y no deja de ser curioso que el cambio de vida de Pomponia Grecina, la noble mujer romana de que nos habla Tácito, ocurriera en el año 43, o sea cuando san Pedro salía de Jerusalén “yéndose a otro lugar”.
De todos modos, esta coincidencia de fechas no basta para que pueda afirmarse tan temprana aparición de san Pedro en Roma. De Juan sabemos que más tarde se estableció en el Asia Menor y actuó en las iglesias fundadas por Pablo. Discípulo suyo fue el obispo Policarpo de Esmirna, que sufrió el martirio a mediados del siglo II. Hacia fines de este mismo siglo en Hierápolis de Frigia se enseñaba el sepulcro del apóstol Felipe, aunque no es seguro que no se trate de una confusión con el diácono homónimo. Aparte de estos datos, nada más sabemos de la actividad y vida posterior de los apóstoles. Las leyendas tardías nos los presentan visitando lejanos países, conocidos o incluso fabulosos, bautizando a millares de personas entre asombrosos milagros y convirtiendo reinos enteros. Tales leyendas sirven, cuando menos, para indicamos cómo no ocurrieron las cosas.
Hemos de suponer que los resultados logrados por los primeros misioneros de la nueva fe fueron muy exiguos, al menos en cuanto al número se refiere. Debía ser raro que en una ciudad se consiguiera convertir más que algunas familias o pequeños grupos de ellas. En ninguna parte hallamos vestigios de conversiones en masa, de que abrazara la fe cristiana una localidad o una comarca entera. A principios del siglo ni dice todavía Orígenes (Hom. in Ps. 36): “No somos un pueblo. En esta o en aquella ciudad hay algunos que han llegado a la fe. Pero desde que empezó la predicación, no ha habido un solo caso de un pueblo que se convirtiera todo entero. No ocurre con nosotros lo que con el pueblo de los judíos o los egipcios, que forman una raza unitaria; los cristianos se recluían uno a uno en los distintos pueblos.”
La tesis de más de un historiador moderno, de que el cristianismo se esparció a la manera de una oleada de entusiasmo, es totalmente falsa. Las conversiones no eran el producto de una sugestión de masas, sino que cada individuo sabía lo que hacía. Sólo así se explica el asombro de los paganos, expresado ya por Plinio y relatado después por Tertuliano, de que en todas partes se encontraran cristianos sin que pudiera decirse de dónde habían venido.
En esta expansión oculta y callada de la fe de Cristo radica para nosotros la dificultad de averiguar cómo se realizaba en concreto. De seguro que el medio principal era la predicación oral; la propaganda escrita debía -ocupar un lugar secundario. Hasta mediados del siglo II oímos hablar de “profetas” o “maestros” ambulantes. Uno de ellos fue el filósofo y mártir Justino.
Por lo visto se había hecho ya tan habitual que la gente acudiera espontáneamente a la nueva fe, que nadie sentía la necesidad de abrirle nuevos caminos. Ni siquiera los escritos de los apologetas, dirigidos a los paganos, pueden considerarse como propaganda en sentido estricto. Lo único que se proponían era refutar ataques.
Las persecuciones y el martirio: Durante el siglo II no existe una ley que regule, con disciplina uniforme en todo el Imperio, la conducta del estado romano hacia los cristianos. La hostilidad del pueblo contra los cristianos forma la idea de que ser cristiano sea inconciliable con los usos del imperio romano, y esta idea da origen a una máxima jurídica que hace posible que las autoridades castiguen el ser cristiano. Las persecuciones que se derivan son sólo locales y esporádicas, y se dirigen contra individuos. Son provocadas por tumultos populares que obligan a la autoridad a intervenir. El número de las víctimas es relativamente bajo. La primera persecución tuvo lugar bajo el gobierno de Nerón, quien culpó a los cristianos de incendiar Roma. Debido a esto los cristianos serán odiados y perseguidos. Justamente con el martirio de Pedro y Pablo se va consolidando la comunidad en Roma. Luego vendría la segunda persecución mandada por Domiciano por atentar contra la pax romana, puesto que negaban la divinidad del emperador; Trajano daría la tercera gran persecución; Decio daría el 249 la primera persecución por decreto; y finalmente Dioclesiano trata de perseguir a los cristianos.
En Roma las persecuciones fueron despiadadas. La esperanza cristiana se establece entonces en Dios. Eso es a lo que responde San Juan en el libro del Apocalipsis: en medio de las crueles persecuciones surge la esperanza. Es cuando se da la expansión cristiana por la capacidad misionera de las comunidades. Existe incluso el sentimiento en los cristianos de que el estado es contrario a la fe, por lo que se ven obligados a vivir su fe en las catacumbas.
Con el martirio hay una imagen de Jesús Salvador, por lo que se acentúa el traducir y difundir el kerigma de Hch. 2, 22-28. Jesús es el que otorga la vida eterna vivida en la eucaristía y en la comunión de vida o servicio de la comunidad. El martirio es memoria narrada de la cruz, forma en la que se entrega la vida para darla, entregarla y para tenerla. Incluso los apócrifos son una manera de expresar el por qué creer, confiando en el Mesías que viene a salvar.
Los mártires fueron considerados, por tanto, como instrumentos, especialmente favorecidos, de la gracia; se les atribuía un puesto de privilegio o de confianza al lado de Dios; se les consideraba dignos de participar con sus sufrimientos en el triunfo de Cristo. De aquí nace el culto a los mártires. Incluso en vida, los que habían sufrido cárceles o castigos corporales gozaban de un puesto especial en la Iglesia. Según Tertuliano y otros escritores eclesiásticos, mediaban en la reconciliación de los que habían caído y no estaban en paz con la Iglesia (confesores).
Las Catacumbas: En Roma revistieron especial importancia los sepulcros donde habían sido enterrados muchos mártires: las catacumbas. Su disposición no se debe a las persecuciones. También es un error creer que en su mayoría eran utilizadas para los servicios litúrgicos y las asambleas; sus estrechos pasillos, con pequeños ensanchamientos en forma de capilla de vez en cuando, no podían dar cabida a grandes masas. Es posible que allí, a veces, se administrase el bautismo. Estos lugares de sepultura, como todos los demás, estaban absolutamente protegidos por la ley romana.
El nombre de “catacumbas” procede de una instalación sepulcral cristiana que había en Roma ad catacumbas (en la cañada).
Tras la libertad de culto en el siglo IV se intensificó enormemente el culto de los sepulcros de los mártires, como una forma de venerar sus reliquias. Entonces se erigieron más y más iglesias-mausoleo; en ellas podía ahora reunirse toda la comunidad para la celebración eucarística alrededor o encima del sepulcro del mártir.
Los Concilios de la Antigüedad: Destinados a solucionar las discrepancias doctrinales, factores de división, los concilios interesaban a la autoridad civil. Por ello, los emperadores se creyeron en la obligación de intervenir y de poner se poder a disposición de la Iglesia para ayudarla a recobrar su unidad. De ahí que los concilios estén todos marcados por la ingerencia imperial.
Ö Concilio de Nicea, 325: La doctrina arriana originó la reunión del primer concilio ecuménico. En los inicios del siglo IV, Arrio, sacerdote de la Iglesia de Alejandría, declaraba que la segunda persona de la Trinidad era de distinta naturaleza que Dios Padre, pero que era una criatura de Dios. El activo predicador consigue numerosos adeptos en Egipto y provoca la división en el seno de la Iglesia de aquel país.
Los esfuerzos para hacer volver a Arrio hacia conceptos más ortodoxos fueron vanos, por lo cual Alejandro, obispo de Alejandría, reunió hacia 320, en un gran sínodo, al episcopado de Egipto y Libia, quienes decidieron excluir de la Iglesia al testarudo sacerdote. Pero el veredicto de la asamblea episcopal no puso fin, ni mucho menos, a las querellas originadas por la predicación de Arrio. Es más; las pláticas del sacerdote alejandrino encontraron un eco favorable en distintas provincias de Oriente, más allá de las fronteras de Egipto. Incluso el obispo de Nicomedia, la capital de la provisional del imperio, no disimula el interés que sentía por Arrio. La nueva doctrina amenazaba sembrar la cizaña en el seno de la Iglesia.
Constantino, eliminando a su rival Licinio, acababa de unificar el imperio cuando fue informado de las disensiones que la predicación de Arrio había provocado en Egipto; temiendo que las querellas se propagaran por todo el imperio, decidió atajar el peligro. Hacia fines del año 324 envió a Alejandría a su consejero eclesiástico Osio, obispo de Córdoba, portador de una carta dirigida a los dos adversarios, Alejandro y Arrio, rogándoles que se pusieran de acuerdo y devolvieran la paz a la Iglesia. Pero el enviado fracasó en su cometido. En cuanto se enteró de ello Constantino pensó que el remedio consistía en reunir el episcopado de todo el imperio. Aunque la celebración del concilio estaba prevista en Ancira, la actual Ankara, se realizó finalmente en Nicea, capital de Bitinia.
La convocatoria del emperador fue recibida favorablemente por el episcopado. Si nos fiamos de las listas de firmas, reconstituidas después, unos 200 obispos, acudieron a Nicea en la primavera del año 325. Si creemos en otros documentos, el número de asistentes fue netamente superior. Los orientales constituían mayoría aplastante, mientras que la representación occidental no podía ser más reducida: 2 sacerdotes romanos, que representaban al papa Silvestre, y 5 obispos.
Constantino influyó en los debates con el peso de su autoridad, contribuyendo a la victoria contra Arrio. Los obispos de la oposición, favorables a Arrio, se adhirieron al símbolo de fe adoptado por la mayoría. Sólo dos obispos se negaron a acatarlo, por lo que el emperador ordenó que fueran exiliados, al igual que Arrio. Así, el concilio de Nicea definió la doctrina de las relaciones del Padre y del Hijo, que Arrio había tratado de poner en entredicho, y afirmó la identidad de naturaleza del Padre y del Hijo, declarando que ésta era de la misma sustancia (homousios) que el Padre. Acto seguido fueron zanjadas otras dos cuestiones de menor importancia: el cisma suscitado por el obispo Melecio, que había procedido en Egipto a varias ordenaciones de forma irregular, y la de la fiesta de Pascua, cuya celebración en fechas distintas planteaba dificultades. El concilio decretó que la Pascua sería celebrada por todas las Iglesia el mismo domingo. La asamblea promulgó, finalmente, veinte disposiciones legislativas, llamadas cánones, que afectaban en particular a la admisión de los apóstatas (lapsi) en la penitencia, a los candidatos al estado eclesiástico, a la consagración de los obispos y a las circunscripciones eclesiásticas.
Ö Concilio de Constantinopla I, 381: La condena del arrianismo, pronunciada en 325 por el concilio de Nicea, no puso fin a tales ideas, sino todo lo contrario. Así, en la segunda mitad del siglo IV, el arrianismo, por distintas razones, domina en todo Oriente y muy particularmente en la región del Bósforo (Ponto y Tracia). En Constantinopla mismo, nueva residencia imperial, todas las iglesias están en manos de los arrianos. Es entonces cuando Teodosio, que desde 379 está a la cabeza de la parte oriental del imperio, decide convocar un concilio en Constantinopla; su objetivo es restablecer la paz y la unidad religiosa basándolas en el símbolo de fe de Nicea.
Las convocatorias imperiales llegaron a poder de los obispos antes de que terminara el año 380. Cuando se abrió el concilio, todos los obispos de Oriente, excepto los de Egipto, estaban presentes en Constantinopla. Algo más tarde se reunieron con ellos los obispos egipcios y los representantes de Macedonia. El papa Dámaso no estaba oficialmente representado. Prácticamente, el concilio reunido por Teodosio fue un concilio de Oriente.
Los historiadores del siglo V hablan de 150 participantes, que es la cifra que tradicionalmente se cita. A tal punto, que a esta asamblea del año 381 se le llama el concilio de los 150 Padres.
El obispo de Antioquia, Melecio, que disfrutaba de la confianza de Teodosio, presidió las primeras sesiones del concilio. Después de la muerte de Melecio, sobrevenida durante el concilio, la presidencia recayó sin duda en Gregorio de Nacianzo, en su calidad de obispo de Constantinopla y, tras la dimisión y la marcha de éste, en su sucesor Nectaro.
La asamblea reafirma los principios doctrinales de Nicea, insistiendo sobre el Espíritu Santo mucho más de lo que se había hecho en 325, donde se había tratado, sobre todo, del Padre y del Hijo, y proclamando la total identidad divina del Padre, del Hijo y del espíritu Santo, al tiempo que condenaba el arrianismo en todas sus formas. El concilio adoptó también algunas disposiciones de orden institucional: acordó que el obispo de Constantinopla, nueva capital imperial, tuviera la preeminencia de honor después del obispo de Roma, atribuyendo así mismo una amplia autonomía a las importantes circunscripciones eclesiásticas que en aquellos tiempos eran las diócesis. Los obispos de una diócesis no debían intervenir para nada en las demás diócesis.
El concilio terminó en julio de 381; después de clausurado, los miembros de la asamblea sometieron a Teodosio los resultados de sus deliberaciones y solicitaron su confirmación.
Ö Concilio de Éfeso, 431: A principios del siglo V, un nuevo peligro pesaba sobre la expresión de la fe y amenazaba la unidad de la Iglesia; esta vez no se trataba de las relaciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sino de la persona de Cristo. Las dificultades se referían a la manera de unir las dos naturalezas, la humana y la divina.
Se enfrentaban dos concepciones distintas: una, la representada por la Escuela de Antioquía, insistía sobre la separación de las dos naturalezas, mientras que la otra, ostentada por la Escuela de Alejandría, defendía la unión de las dos naturalezas. Nestorio, que era obispo de Constantinopla desde 428, y que había estudiado en Antioquía, llevó la concepción de sus maestros hasta las últimas conclusiones: separó las dos naturalezas hasta el punto de negar a María el título de Madre de Dios: Theotokos en griego; se la podía llamar solamente Madre de Cristo. Con ello, Nestorio tocaba un aspecto de la creencia al que la población de Oriente era particularmente sensible: María, Madre de Dios.
El representante más calificado de la otra Escuela era Cirilo, obispo de Alejandría, quien reaccionó resueltamente, ya que la concepción de Nestorio estaba conquistando los numerosos conventos egipcios. Cirilo pasó al ataque y pidió al obispo de Constantinopla que se retractara de sus errores y que reconociera que María podía llamarse Theotokos. Madre de Dios, con plena legitimidad; es decir: madre, según la humanidad, de alguien que es Dios. Como era de esperar, Nestorio replicó rechazando las proposiciones de Cirilo. La unidad de la Iglesia está de nuevo seriamente amenazada, por lo cual el emperador Teodosio II decide convocar en Éfeso, y para Pentecostés (7 de junio) de 431, a los representantes de todo el episcopado del imperio. La carta de convocatoria, fechada el 19 de noviembre de 430, fue enviada en nombre de Teodosio II y de Valentiniano III a todos los metropolitanos.
El que primero llegó a Éfeso fue Nestorio, con los obispos de su metrópoli. Poco después entró Cirilo en la ciudad con una importante escolta de obispos egipcios. Al retrasarse Juan de Antioquía, el concilio no pudo comenzar sus trabajos, como había previsto el emperador, el 7 de junio. Finalmente, después de una espera de dieciséis días, Cirilo de Alejandría abrió el concilio el 22 de junio. Juan de Antioquía y los obispos que lo acompañaban estaban aún a cuatro días de marcha de Éfeso. En ausencia de Nestorio, que se había negado a comparecer, y pese a las protestas del comisario imperial Candidiano, los obispos (y los representantes de los obispos), reunidos alrededor de Cirilo, condenaron la doctrina nestoriana y decretaron la deposición de Nestorio.
Tan pronto llega a Éfeso el 26 o el 27 de junio, Juan de Antioquía reúne a sus partidarios y a los de Nestorio y, juntos, pronuncian la condena y la deposición de Cirilo y del obispo de Éfeso, Memnón. A partir de ese momento, la escisión está consumada: por un lado, el partido de Cirilo, que agrupa, con los tres delegados del Papa, a más de 150 personas y, por otro, el partido de Juan de Antioquía, quien, tomando la defensa de Nestorio, no conseguirá más que la adhesión de unos treinta obispos. El partido favorable a Cirilo celebra unas siete sesiones, la última de las cuales tiene lugar el 31 de julio. El grupo de Juan de Antioquía se reúne también por su cuenta.
Cada partido trata de ganarse las simpatías del emperador, que sigue en Constantinopla y que no está muy bien informado de lo que ocurre en Éfeso. Para satisfacer a las dos partes, Teodosio II depondrá, a la vez, a Nestorio, a Cirilo y a Memnón. Pero, en lugar de restablecer la calma, esta decisión reavivará la llama de la discordia. Finalmente, Teodosio II pide a cada partido que le envíe a Constantinopla ocho delegados. Y, tras una serie de reuniones con todos los delegados en lavilla Rufiniana, y viendo que la reconciliación era irrealizable, el emperador, a fin de cuentas, se pronuncio en favor de Cirilo, decretando el destierro de Nestorio. Así, la doctrina de la unión ontológica (o hipostática) de las dos naturalezas en el Cristo y la legitimidad de la expresión Theotokos, Madre de Dios, quedan oficialmente reconocidas.
Ö Concilio de Calcedonia, 451: La tregua obtenida a raíz del concilio de 431 duraría poco. Un monje llamado Eutiques, jefe de un convento de Constantinopla, se muestra mucho más ortodoxo que el concilio de Éfeso. Si Nestorio había separado demasiado las dos naturalezas en Cristo, Eutiques pecaba por exceso en sentido contrario; las unía tanto que se confundían, llegando a declarar que en Cristo no había más que una naturaleza: la divina. Es la doctrina del monofisismo, como se llamará más tarde; de las dos palabras griegas, monos physis, que significan una sola naturaleza.
Flaviano, obispo de Constantinopla, se dio cuenta de lo peligrosa que era la doctrina preconizada por su subordinado, por lo que denuncia su heterodoxia y, mediante un concilio provincial reunido en Constantinopla en 448, condena a Eutiques. Pero el sucesor de Cirilo en la sede de Alejandría, Dióscoro, manifiesta simpatía hacia Eutiques y su doctrina; llevando la doctrina de Cirilo hasta sus últimas conclusiones, también él desembocará en un determinado monofisismo. En el fondo, a Dióscoro lo que le corroe es la envidia que siente por el obispo de Constantinopla, cuya sede ha adquirido mucha importancia en detrimento de la de Alejandría.
Así, el asunto Eutiques le brinda una ocasión para vengarse de su rival Dióscoro obtiene del emperador Teodosio II, la convocatoria de un nuevo concilio en Éfeso para el año 449. La asamblea, que preside y domina Dióscoro, no durará más que uno o dos días. Usando los medios de presión que la presencia de los soldados y los monjes pone a su alcance, Dióscoro consigue que la asamblea rehabilite a Eutiques y deponga a Flaviano.
La situación creada por este concilio había levantado una ola de recriminaciones, y era muy difícil que pudiera prolongarse. Haciendo hincapié precisamente en la fuerte acción empleada por Dióscoro para obtener la adhesión de los participantes, el concilio fue estigmatizado por el papa León I, que lo calificó de “Latrocinio de Éfeso”, y que será el nombre con el que pasará a la historia. De ahí que el emperador Marciano, que acababa de suceder a Teodosio (muerto el 28 de julio de 450 a consecuencia de una caída de caballo), decidiera reunir en concilio al conjunto del episcopado. Esta asamblea debería liquidar el penoso asunto de Éfeso de 449 y precisar, de nuevo, la doctrina de las dos naturalezas en Cristo, esta vez saliéndole al paso a Eutiques, como en el concilio de Éfeso se había hecho con Nestorio.
Una carta imperial fechada el 17 de mayo de 451 invitaba a los obispos a estar en Nicea el 1° de septiembre. Luego, por distintas razones. Marciano pidió a los obispos que no se reunieran en Nicea, sino en Calcedonia, barrio de Constantinopla, situado en el lado asiático del Bósforo, muy cerca de la residencia imperial.
El concilio se celebró en Calcedonia del 8 de octubre al 1° de noviembre de 451 y las sesiones tuvieron lugar en la iglesia de Santa Eufemia. El papa León estaba representado por cuatro legados; el emperador, por un determinado número de funcionarios que asumían funciones de comisarios imperiales. Marciano asistió en persona a la sexta sesión, en la que pronunció un discurso. Parece ser que iba acompañado de la emperatriz Pulquería. El número de obispos o representantes de obispos presentes en la asamblea ascendió a unos 350. La lista de las firmas sobrepasa dicha cifra, ya que muchos obispos firmaron en nombre de colegas ausentes.
Dióscoro fue depuesto, y los obispos que al principio estaban a su lado lo abandonaron e hicieron causa común con la mayoría. Así, por unanimidad, la asamblea confirmó la doctrina de Nicea y suscribió las precisiones o esclarecimientos sobre la doble naturaleza de Cristo que ella misma había considerado oportuno añadir, conforme a la carta dirigida al obispo Flaviano por el papa León.
En 28 cánones, el concilio adoptó también una serie de disposiciones legislativas que afectaban entre otras cosas, a las ordenaciones, los deberes de los clérigos, la edad para la admisión en las filas de las diaconisas, y la reunión semestral de los concilios provinciales. El canon 28 estaba consagrado a la sede de Constantinopla, la nueva Roma: el concilio estimaba que la sede de la nueva ciudad imperial debía gozar de las mismas ventajas que la de la antigua, y reafirmó, tal y como lo había hecho el concilio de Constantinopla en 381, que tendría, después de la sede de Roma preeminencia sobre las otras sedes. El papa León el Grande se negará a ratificar este canon, que será en adelante motivo de fricción entre Oriente y Occidente.
El Feudalismo: En Europa, al comienzo de la caída del Imperio Romano de Occidente aparece el feudalismo como un sistema social y político que tiene un carácter agrario militar; viven en el campo y el hacer guerra es un verdadero “arte”. Es una sociedad fuertemente jerarquizada, con la nobleza feudal dueña de las tierras y con amplios poderes sobre quienes trabajan: la plebe, que son los siervos (a diferencia de la Plebe romana). Europa se divide en cientos de feudos que se agrupan por tribus étnicas a cargo de un señor feudal o rey. El país, el suelo, pertenecía al rey. Pero éste no se preocupaba por administrarlo directamente, sino que lo confiaba como beneficium, como feudo, a sus vasallos, los cuales venían obligados en cambio a prestarle servicios, sobre todo en la guerra. El vasallo podía a su vez pasar a otro su beneficium, adquiriendo así sus propios vasallos. Nos enfrentamos, pues en la Edad Media con un concepto de Estado totalmente distinto del anterior, o, mejor dicho, no existe en ella propiamente un estado, sino una multiplicidad de grandes y pequeños señores territoriales que están entre sí en las más diversas, y variables relaciones jurídicas, y a veces totalmente desvinculados de los demás. El gran peligro que amenazaba a la Iglesia durante la Edad Media era que los obispos, abades y párrocos pasaran a ser vasallos de los grandes o pequeños señores.
El Monacato: En medio del contexto sociocultural del feudalismo, surge el monaquismo occidental: son hombres y mujeres que se retiran al desierto para el cultivo de la oración. Eran en el principio ermitaños, luego van conformando grupos, instaurando reglas para la comunidad, presididas por un Abad. Es así como hacia el siglo IV se concreta la primera regla de Benito de Nursia. La regla benedictina no es sólo una guía para el afán de perfección personal, sino también una constitución monástica, que ha creado el tipo de monasterio occidental: la abadía. Su fundamento es la estabilidad, a la que se obliga al monje al entrar en la abadía, puesto que no vaga como los anacoretas de Egipto. Este recinto le ofrece cuanto puede desear, Es su mundo. No siente ya nostalgia por el mundo de fuera. El claustro no es una cárcel, sino que es habitable y bello; lo produce todo, mejor que fuera. El abad es el padre de la familia claustral. Gobierna no con un código penal y medios coercitivos, sino con paternal autoridad. El servicio divino, que es la principal actividad del monje, es rico, eleva el espíritu y no agobia por la excesiva duración de las horas de rezo. En la abadía reina la paz benedictina, que el mundo en ese entonces no puede dar.
Las abadías ofrecen la alternativa evangélica del sistema feudal; el abad sirve mientras gobierna la comunidad. Además, en un medio donde las letras son menospreciadas, las abadías se dedican a la copia de manuscritos, convirtiéndose en verdaderos centros donde se cultiva la cultura y el pensamiento. Tienen hospederías y escuelas de primeras letras, que eran pequeños lugares en donde se educaba en lengua latina, manteniendo la cultura y el ideal de convivencia social que se había dado en la Iglesia de los primeros tiempos en Roma. Las abadías empiezan la evangelización de los bárbaros, los cuales se convertían al cristianismo de manera corporativa: la integración a la fe viene por el bautizo del rey; la conversión del rey significa la conversión del pueblo.
No hay que pensar que san Benito o cualquier otro fundador de órdenes, hubiera escrito su regla con vistas al progreso de la cultura. San Benito no quería otra cosa que indicar el camino al cielo. Su deseo era fundar en la tierra casas que fueran una preparación para patria celestial. Quería exactamente lo mismo que quiere la Iglesia con su desvelo por las almas. Los beneficiosos resultados para el progreso de la cultura se produjeron, en cierto modo, automáticamente.
El Problema de los Estados Pontificios: Después de la contienda de las investiduras, quien sucede a Enrique IV es Enrique V. Aquí se presenta el problema de los Estados Pontificios. El Papa ejercía sin límites la competencia temporal en los Estados Pontificios, en los que reinaba como soberano. En los tratados de Sutri de 1111 los estados de la Iglesia habían quedado excluidos explícitamente. El patrimonium Petri no podía considerarse por consiguiente como regalía. El Papa Calixto es un hombre que intentará la paz. La solución llegará años más tarde en el Concordato de Worms o “Pacto Calixtino” en el año 1122. El Imperio Germano respetaría la libertad de la Iglesia en la elección de obispos y abades, y renuncia a dar símbolos del poder. Calixto concede el derecho al emperador de estar presente en las elecciones de obispos y abades y sólo intervendría cuando éstas fueran reñidas. Con este hito termina la lucha del papa con el Imperio y se transforma en un importante paso para la Iglesia. Se plantea una gran visión de la Iglesia que no sólo se mimetiza con la cultura, sino que es el referente de todos los niveles social, político y religiosos.
El Pontificado Romano: El Papa se convierte en el centro del sistema cultural de Occidente. Se le concibe como el Señor que tiene las dos espadas: la espiritual y la temporal (Bula Unam Sanctam de Bonifacio VIII), por lo que hay que reconocer una sola cabeza. El Papa legitima cualquier otro poder, interviniendo en la lucha contingente, asumiendo la historia. El Pontificado Romano mantendrá y fomentará las tradiciones locales, tales como el arte; los estilos arquitectónicos que favorecen están en función de las necesidades de la época: religiosos (gótico) y defensivo (románico).
Gregorio VII es el Papa más importante en cuanto plantea a la Iglesia como aquella que tiene el referente fundamental de lo que el Imperio debe ser. La sociedad secular se organiza de acuerdo a los parámetros de la Iglesia, ésta tiene peso terrenal y espiritual, por lo que la sociedad secular debe someterse a la Iglesia. Concibe una nobleza que no fuese corrupta y una Iglesia fiel al Evangelio, fiel al orden establecido divinamente. Gregorio VII organiza la vida eclesiástica con un cambio positivo: las abadías vuelven a ser sedes del pensamiento, sobre todo del derecho.
En el siglo XIII el monarca más importante se Occidente es el Papa Inocencio III, quien llega a tener el poder del Sacro Imperio y del Estado Pontificio. Será muy estricto, duro y piadoso, es un hombre elegido a los 37 años, dotado de erudición. Dentro de su pontificado nacen los dominicos cuyo carisma es la cultura y también nacen los franciscanos, cuyo carisma es la libertad que da la pobreza. Inocencio III tuvo la clara convicción de que él era la cabeza de toda la humanidad. Ejerce el poder de perseguir a los herejes, no sólo por poder, sino para evangelizar y entrar en diálogo y, de esta forma, mantener la unidad del cristianismo y por consiguiente, de la humanidad.
La Universitas: Al interior de las órdenes religiosas va a surgir la institución del Studium: centro de formación para poder capacitar en filosofía y teología. Las primeras universidades propiamente dichas surgieron hacia fines del siglo XII bajo el pontificado de Inocencio III, no como transformación de las escuelas catedralicias o claustrales, sino por la libre asociación de maestros y discípulos. Tales asociaciones recibieron luego extensos privilegios de los príncipes, y sobre todo del papa, entre ellos jurisdicción propia y también beneficios eclesiásticos. Es aquí en le univesidad donde se produce el primer curriculum de estudio: el trivium y el cuadrivium. El Trivium, comprendía la Gramática (como ciencia que estudia los elementos de una lengua y sus combinaciones, la Gramática se relacionaba con la habilidad para asimilar hechos e información); la Dialéctica (como ciencia que trata del raciocinio y de sus leyes, formas y modos de expresión orientadas al encadenamiento de los hechos, la Dialéctica se relaciona con la habilidad para relacionar los hechos e información); la Retórica (como arte de dar eficacia al lenguaje escrito o hablado para lograr conmover, deleitar y persuadir, la Retórica se relaciona con la habilidad de la expresión sabia y efectiva que parte del encadenamiento de los hechos). De esta forma, sobre la base de la gramática los educadores del medioevo cimentaban el conocimiento de la lógica y una vez consolidada esta base, preparaban al joven para la práctica de la dialéctica. El Cuadrivium es un estado más avanzado del curriculum que comprende teología, filosofía, derecho y medicina. En algunas partes también se consideraba el arte (ingeniería, arquitectura, diseño y cálculo). La institución universitaria nace para dar un saber universal; es la institución que otorga grados académicos (Bachiller, Doctor, etc.). Entre fe y razón no hay oposición, ya que hay una única razón que gobierna, rige y sirve para preguntarse por el hombre, Dios y el Mundo. Este ejercicio de la razón se da sistemáticamente en la Universitas. Además, surgen como estilo literario las summas, género que intenta hablar y formular un discurso universal sobre las cosas, siendo la questio el método por medio del cual se pregunta por cosas fundamentales de manera válida. De otra parte, el hecho universitario se extendió prontamente por el continente europeo medieval y abrió sus puertas a estudiantes y maestros indiferente a su procedencia gentilicia, de todas las lenguas y naciones, (universalidad geográfica). El latín sirvió a todas como instrumento de comunicación científica y espiritual adquiriendo así universalidad lingüística.
Las Cruzadas: El Papa Urbano II predica el 27 de noviembre de 1095 en Francia la llamada a los laicos, príncipes y nobles a unir sus ejércitos en la primera cruzada. En ella se proclama la guerra santa cuyo objetivo es la liberación de los lugares santos sitiados por el Islam, ayudando así al emperador Alejo de Constantinopla. Es así como conquistan Antioquía y Jerusalén. En esta última ciudad se elige un rey para que pueda asimilar lo conquistado a Occidente. En general existe un gran apogeo en la primera cruzada y se reivindica el poderío latino en Oriente. La segunda cruzada fue todo un fracaso para los occidentales, que ya no contaron con el factor sorpresa que les aseguró el triunfo en la primera cruzada, se encontraron con los musulmanes preparados para resistir una segunda envestida de occidente. El mundo musulmán se une bajo la imagen de un líder que une a todos los pueblos. La tercera cruzada resultó ser otro fracaso para occidente, puesto que pierden Jerusalén. Es liderada por el rey sajón Ricardo Corazón de León en el año 1190. Esta cruzada termina con un tratado de paz que se logra en 1192, acordando el acceso de los fieles cristianos para peregrinar a Tierra Santa. La cuarta cruzada ocurrió entre 1202 y 1204. También se llamó cruzadas a las persecuciones de los herejes en Europa, especialmente por Inocencio III contra los cátaros y albigenses. Quizás las más “anecdóticas” entre las cruzadas contra los musulmanes son la de Pedro el Ermitaño y la de los niños. Esta última fue fruto de un movimiento espontáneo surgido entre algunos grupos de jóvenes, los cuales siendo embarcados en Marsella son engañados por dos mercantes que les embarcan y les venden como esclavos en el norte de África. Las cruzadas terminan en un rotundo fracaso, puesto que no conocen el clima desértico, las pestes, la geografía, etc. No obstante, con ellas se conoce la realidad de oriente, reconociendo occidente que existe un poder capaz de poner en jaque la autoridad del Papa. Es durante este período de las cruzadas que se instauran las órdenes caballerescas y las masivas peregrinaciones a Tierra Santa.
Las órdenes caballerescas: Entre las filas de los cruzados en Palestina surgió una nueva oleada de vida religiosa, que se concretó en las órdenes militares, las cuales, representadas en Europa, gozaron durante un tiempo de gran popularidad, siendo la más conocida la orden de los templarios.
En el año 1119 el cruzado francés Hugo de Payns con otros siete caballeros prestó juramento de obediencia al patriarca de Jerusalén, junto con el voto de asumir defensa y protección de los peregrinos contra los infieles. Los juramentados llevaban vida en común, según el modelo de los canónigos regulares. El rey Balduino II les cedió una parte de su palacio, no lejos del templo, por lo cual recibieron el nombre de templarios. Ellos adoptaron de los cistercienses sus hábitos blancos. Eugenio III les permitió ostentar una cruz roja sobre el manto blanco. La organización definitiva fue aprobada por Inocencio II en 1139. La orden comprendía tres categorías: los caballeros, célibes pero sacerdotes, entre los que era elegido el maestre general, los capellanes y los hermanos que hacían servicio de armas y atendían a los enfermos. La gran popularidad adquirida por los templarios, en Francia sobre todo, les aportó grandes riquezas, las cuales fueron causa en 1312 de su trágico fin.
Las órdenes militares caballerescas tenían el inconveniente de ser un producto de las circunstancias del tiempo y del feudalismo medieval, para poder prestar servicios duraderos a la Iglesia. Pero en su época hicieron mucho bien. Despertaron en el pueblo cristiano el interés por la difusión de la fe y la práctica de la caridad. En cuanto al monacato en general, su trascendencia radica en haber sido las primeras órdenes religiosas que, junto a los fines de perfección personal, se propusieron como misión específica una actividad de práctica exterior.
Las órdenes mendicantes: Las órdenes caballerescas habían ido sustituyendo hasta entonces cada vez más el ideal de la piedad privilegiando los objetivos políticos y militares. Sin embargo la fuerza interior de la Iglesia se había conservado intacta: el monacato no sólo volvió a renovarse, sino que precisamente ahora desplegó por vez primera, y con nuevas formas, toda la riqueza de su ideal ascético. Los principales representantes de este impulso fueron san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán, cuyas respectivas órdenes muy pronto descubrieron su afinidad. Este auge representó, por el mero hecho de su existencia, una crítica áspera y efectiva al estado y a las formas de vida de la Iglesia de entonces, pero no tuvo en absoluto un sentido polémico, sino que brotó, majestuosa y positivamente, de su propio medio. Especialmente la obra de san Francisco fue una verdadera creación.
Tanto en santo Domingo como en san Francisco lo nuevo caló tan hondo es preciso distinguirlo hasta de lo nuclear del monacato tradicional si no se quiere falsear sus intenciones. Las nuevas órdenes guardaron cierta afinidad con el antiguo monacato; no obstante, lo que las hizo nuevas y “no monásticas” fue que en ellas había una unión oficial de estado de vida regular monástica con el ministerio pastoral de la cura de almas, la predicación y la enseñanza.
Los mendicante no vivían ya entre la gente como unos señores espirituales, análogos a los feudales, sino como unos hermanos que convivían con sus iguales. Practicaban la cura de almas, no valiéndose de unos derechos, sino en virtud de una confianza mutua. Los hombres no tenían que ir a ellos, sino que eran ellos los iban a los hombres. De ahí que desde un principio la predicación ocupe en estas órdenes un lugar tan destacado: su propósito no es forzar, sino enseñar. De ahí también la multiplicidad de medios empleados en el ministerio pastoral. Los mendicantes de aproximan a los campesinos, a los niños, a los soldados, a los presos, a los herejes y paganos.
La Inquisición: La importancia alcanzada por el fenómeno herético dio lugar al nacimiento de la Inquisición, institución destinada específicamente a la defensa de la fe y la lucha contra la herejía. Ésta está asociada a la división de occidente; por lo que la Iglesia debe proteger de la división o ruptura de la vida europea. Es así como se crean leyes y tribunales que regulen las herejías. Se instauran procesos civiles y es el brazo secular quien impone las penas según el delito (condena a muerte, torturas, hoguera, etc.). Este procedimiento que venía del derecho germánico arcaico requería primero una acusación de una persona que se sentía lesa en el propio derecho, sin acusador no había ningún proceso. Este proceso admitía una absolución si el imputado hacía un solemne juramento de purificación, el juramento era algo sacro-santo. En determinados casos el imputado debía acudir a otras personas honorables dispuestas a jurar sobre la inocencia del imputado.
En casos excepcionales fue requerida la llamada Ordalía, o juicio de Dios, que consistía en una prueba física, en la cual se decía que Dios expresaba su voluntad dando la victoria al inocente y permitiendo superar la prueba sin daño. La Ordalía podía asumir varias formas: en la de fuego el imputado debía caminar sobre hierro incandescente, o sacar de una caldera hirviendo, con agua o aceite, un objeto. Si la herida curaba sin problemas, la prueba de Ordalía había sido superada y el juicio terminaba. Muy común también era el duelo como prueba, el que sobreviviera era el que decía la verdad. Objeciones de parte eclesiástica contra tales pruebas y prácticas arcaicas en la justicia, son comunes en el siglo XII.
A finales del siglo XI, existe una corriente llamada fraticelli que buscaban una comunidad más evangélica y menos poderosa, basándose en un fundamentalismo evangélico. Teniendo en cuenta esto, es paradójico que Inocencio III haya aprobado a san Francisco, siendo que pudo haber sido confundido con esta corriente fraticelli. Entre ellos se encuentran los cátaros o albigenses que es un rebrote tardío de una vieja corriente religiosa, mezcla de elementos gnósticos con otros dualistas, que en el oriente cristiano había generado diversas sectas. El catarismo se organizó como Iglesia, con un grupo escogido de perfectos y puros y una masa simple de adheridos. El papado trató de oponerse a la herejía por medios religiosos, sobre todo con misiones. Sin embargo, el éxito de las misiones fue escaso y el asesinato del legado pontificio decidió al Papa Inocencio III a convocar una cruzada contra los albigenses. La victoria militar fue completada por la recién creada Inquisición. Para ello se recurrió primeramente a hermanos dominicos de sólida preparación científica, sobre todo en la fase de creación de Gregorio IX.
Los dominicos, y posteriormente los franciscanos, convirtieron bien pronto esta misión en un objetivo de la orden, considerando a sus fundadores los primeros inquisidores que trabajaron “para la mayor gloria de Dios y difusión de la fe”. Esta interpretación refleja cómo supieron adaptarse a la solución, de marcado carácter jurídico, del problema de los herejes. Pues en este punto la potestas (poder jurídico) logró la victoria sobre la caritas (solicitud pastoral). La herejía fue considerada como un delito que merecía la coercitio (castigo) y que no requería ya la laboriosa persuasio, es decir, la predicación conducente a la conversión.
El Renacimiento: Se trata de un movimiento minoritario, patrimonio de grupos selectos, pero que estaban destinados a ejercer una influencia perdurable en la historia del occidente europeo. El Renacimiento, entusiasta de la antigüedad grecolatina, asumía también sus ideas y valores, lo que produjo una impregnación paganizante en el modo de pensar y vivir de ciertas personas. Un sentido de mundanidad promovió la primacía de la realidad temporal y de la vida terrena. La cosmovisión renacentista era diametralmente opuesta a la medieval: frente al teocentrismo de antes, ahora el hombre fue el gran protagonista, la medida de las cosas y el patrón de todos los valores. Famosos son Leonardo da Vinci, Botticelli, Miguel Ángel, Rafael, etc. por nombrar algunos.
El Humanismo: Es un movimiento de carácter antropocéntrico, y lleva al hombre a buscar un horizonte de perfección no ajeno a lo humano. El humanismo fue el cultivo apasionado de los clásicos latinos y griegos, para aprender de ellos la cultura literaria y sabiduría antigua. Los humanistas defendían una piedad erudita, fruto en buena parte de la unión de saberes de la antigüedad y el cristianismo; hay una vuelta hacia lo humano. La principal característica de los nuevos humanistas era un orgullo desmedido: vanidad, soberbia, sensación de poderío, un culto a la personalidad potenciado hasta el tiranismo. La consigna general era romper las cadenas, y como cadenas se consideraban las leyes de la Iglesia y del estado, los ordenamientos tradicionales, todo vínculo de comunidad era sentido como una injustificada limitación del individuo. Los nuevos ideales no surgieron como consecuencia del estudio histórico de la antigüedad; en realidad, aquellos hombres carecían de un auténtico sentido de la historia.
Descubriendo Nuevos Mundos: Un aspecto importante de este mismo tiempo es la disgregación de fuerzas políticas en virtud de los nuevos descubrimientos a finales del siglo XV. España primero ha expulsado a los moros replegados al sur de Granada y luego se vierte al descubrimiento y conquista del nuevo continente. El Papa Alejandro VI dividirá el continente en dos partes en el Tratado de Tordesillas: al este de las islas Azores pertenece a Portugal y al oeste a España.
El primer objetivo de los viajes de exploración era obtener riquezas con las cuales se aumentaría el poderío político de los países que los emprendían; pero ya desde el principio apareció otro objetivo: la predicación del cristianismo. No podían pensar de otro modo los españoles y portugueses. Lucha contra los infieles, conquista y extensión del cristianismo era para ellos una misma cosa. El resultado final fue abrir a la Iglesia inmensos territorios que encerraban las mayores posibilidades para el futuro. El gran mérito de españoles y portugueses consiste en haber dado el primer paso para la universalizar la cultura europea y para convertir la Iglesia europea en una Iglesia universal.
La Reforma Protestante: Existe una gran molestia de los principados alemanes con la Santa Sede por la continua alza de las tasas de la indulgencia acordada para la construcción de la basílica de San Pedro por Julio II (1507) y León X (1514). En este contexto la Iglesia comienza a vender los favores espirituales o indulgencias, lo que provocó gran corrupción dentro de la Iglesia.
Surge entonces la figura de un hombre profesor de Sagradas Escrituras, perteneciente a la orden de los agustinos. Estudia teología y filosofía en Alemania, consiguiendo ambos doctorados. Enseña en la universidad de Wittemberg ética, teología y exégesis. Lutero gozaba de buena fama como profesor, y presenta rasgos obsesivos respecto de la salvación eterna, condena eterna el pecado. ¿Cómo salva Dios? Lutero al reflexionar sobre el texto de Rom 5, deducirá cierta serie de elementos doctrinales que van a sostener las 95 tesis:
· Sola Scriptura: Concibe las Sagradas Escrituras como único elemento de salvación que no tiene tradición para ser interpretada. El hombre accede inmediatamente a ella sin mediación.
· Justicia Imputada: La redención de Jesucristo no es intrínseca al hombre, hay una pecaminosidad intrínseca del hombre; todo lo que el hombre haga es malo.
· Rechazo a la Iglesia Jerárquica: Niega la diferencia esencial entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio jerárquico. Niega los sacramentos, excepto el bautismo. Niega la visibilidad de la Iglesia, ya que la Iglesia para Lutero es la comunión de los fieles respecto de su relación con Dios, es decir, Iglesia invisible, negando la Iglesia históricamente situada.
Lo importante de estos tres elementos es que Lutero rompe la concepción cristiana de entonces; la Iglesia es innecesaria para la salvación, es sólo un invento, ya que lo que no está demostrado en la Escritura no existe.
Algunas de las tesis más importantes son: 1. El Señor y maestro nuestro Jesucristo, dice: Haced penitencia, Él ha querido que toda la vida de los fieles sea una penitencia; 5. El papa no quiere ni puede redimir otras penas que las que él impuso a su arbitrio o según los cánones; 62. El papa no puede disponer del .tesoro de la Iglesia. El verdadero tesoro de la Iglesia es el Evangelio; 94. Se debe exhortar a los cristianos a que se esfuercen por seguir a su cabeza, Cristo, a través de las penas, las muertes y los infiernos; 95. Y de este modo confíen entrar en el cielo a través de muchas tribulaciones, más que por la seguridad de la paz.
En la catedral de Wittemberg, Lutero clava las noventa y cinco tesis, provocando un gran revuelo. Lutero deja el sacerdocio y se casa con una monja, por lo cual es acusado a Roma. Lutero, no obstante, pide ayuda a los príncipes alemanes. Logra convertirse en autoridad religiosa de los príncipes a quienes pide protección. Es aquí donde escribe “La Babilonia Cautiva”.
En el 1520 el papa León X promulga la bula Exurge Domine (levántate, Señor). En este decreto pontificio hay una intimidación a Lutero para que se retracte sobre lo que había dicho y escrito a cerca de la libertad humana y todas las tesis teológicas que tienen relación con la verdad sobre el hombre. Como respuesta Lutero quema en la plaza el derecho canónico y la bula que el papa había enviado, siendo excomulgado al año siguiente. Aquí es donde comienzan lo factores sociales. En la dieta de Worms, de 15221, Carlos V Emperador del Imperio excomulga a Lutero del Sacro Imperio. Por lo cual se refugia en Sajonia, principado más poderoso de Alemania.
Algunos aspectos positivos que podríamos ver en la reforma protestante es, por ejemplo, la intención de Lutero de crear una religión más depurada, una experiencia religiosa no sofocada por la concepción política. Además, el sentido del misterio en la Reforma es una huella importante. Por otro lado, se crea una mayor conciencia y participación de todo el pueblo en la lectura de la Escritura.
La Reforma de Enrique VIII: Enrique VIII estaba casado con Catalina de Aragón, hija de Fernando II de Aragón e Isabel de Castilla. Durante el matrimonio ésta tuvo seis partos: 4 niños y 2 niñas. Todos, a excepción de una niña, la futura reina María, nacieron muertos o murieron inmediatamente. Sabemos la mentalidad de la época, en que la muerte de un niño o su deformidad eran consideradas como un castigo de Dios, de lo cual se consideraba a la madre como responsable por adulterio o incesto. Desde el punto de vista dinástico era muy importante un heredero seguro y varón. Había, sin embargo, otros problemas. Enrique se había desilusionado con la política de Carlos V, que después de la batalla de Pavía, en la que el rey de Francia había sido derrotado y hecho prisionero (24 de febrero de 1525), esperaba un desmembramiento de Francia; pero Carlos no lo hizo. Había un posible heredero varón, Henry Fizroy, duque de Richmon, que Enrique había tenido con Isabel Blount en 1519. Enrique había sido amante también de María Bolena. En tal caso, el rey había contraído un impedimento de afinidad en el mismo grado de aquél que lamentaba de tener con Catalina. Entretanto, el rey estaba preso de pasión por Ana Bolena, quien no aceptó el papel de amante. Enrique VIII, habituado a tratar las cuestiones desde el punto de vista de su interés, pensó resolver el problema pidiendo la declaración de nulidad, por parte de la Iglesia, de su matrimonio con Catalina. Los argumentos aducidos eran:
· La ley divina no es dispensable. Para ello citaba dos pasajes de la Escritura: “No ofenderás a tus hermanos teniendo relaciones sexuales con tus cuñadas”. “El que toma por esposa a la mujer de su hermano, hace una cosa horrible; ha ofendido gravemente a su hermano; no tendrán hijos”.
· La bula de Julio II sobre el impedimento de afinidad era inválida, en cuanto contenía la cláusula forsan consummatum y, además, porque habría sido concedida por motivos políticos, para favorecer la paz entre Inglaterra y España.
El esfuerzo procesal de Enrique hizo fuerza sobre esta consumación. Catalina, bajo juramento, había afirmado lo contrario. Además, Arturo, de tan sólo 14 años, estaba enfermo y ya al final de su vida. La bula, según Enrique, habría sido inválida. En esta hipótesis fue, por otra parte, añadida otra bula posterior que eliminaba los errores eventuales. El rey pidió al Papa que la declarase falsa. Fisher refutó los argumentos escriturísticos haciendo notar la contemporánea presencia de la ley del levirato en Dt 25,5-10.
John Fischer y Tomás Moro: Las figuras de mayor distinción de la resistencia fueron Fisher y Moro. John Fisher (1469-1535) fue confesor de la madre de Enrique VII, después Canciller. Fue abogado de Catalina y no escondió jamás su propia independencia. De 15 obispos fue el único que no juró el Acto de Supremacía. El 20 de mayo, Pablo III, con la esperanza de salvarlo, lo nombró cardenal. Muchos esperaban una pena simbólica, además de considerar su avanzada edad. Pero Enrique VIII reveló su naturaleza vengativa: «Llevará su capelo sobre las espaldas, porque no tendrá más cabeza sobre la cual llevarlo». Fue decapitado el 22 de junio de 1535.
Tomás Moro (1478-1535), discípulo de Colet y Grocyn, abogado de éxito, espléndido humanista. Amigo de Erasmo, el cual le dedica en 1509 su Encomium Moriae , el Elogio de la locura, haciendo un juego de palabras con el nombre de Moro en griego, que significa “loco”. En 1515 fue a Bélgica por tratados comerciales y allí concibió el primer diseño de su Utopia, impresa en 1516. En 1523 fue nombrado Speaker del Parlamento y después, en 1529, Gran Canciller del reino, sustituyendo a Wolsey. En el asunto del divorcio recibió la promesa de no ser implicado, por lo que mantuvo silencio. Cuando a la cuestión del divorcio se añadió la de la autoridad del Papa, las cosas cambiaron. Viendo cómo se desarrollaban los acontecimientos, el 15 de mayo de 1532 dimitió, con la esperanza de permanecer en la sombra. Intentaron implicarle en la causa de Elisabeth Barton, pero salió indemne. Poco después le pidieron el juramento de sucesión. Hábil abogado, respondió que no podía hacerlo, no porque condenase la ley ni a cuantos la habían firmado, sino por ciertas cláusulas que no podía aprobar. Fue recluido en la Torre de Londres, donde vivió como un monje y escribió obras de edificación. Cuando le impusieron firmar el Acto de Supremacía, respondió que ya no le preocupaban más las cosas terrenas. Condenado a muerte, subió al patíbulo el 6 de julio de 1535.
Concilio de Trento: La reforma de la Iglesia se inició durante el siglo XV y afectó, en primer lugar, a sus miembros. Era necesario extenderla a todo el cuerpo, incluida la cabeza. La fundación de la Inquisición romana para evitar la difusión por Italia del luteranismo; la reforma de la Curia, con la inclusión en su nómina de cardenales de estricto sentido eclesiástico, aliados con la renovación y enemigos del espíritu mundano que la había caracterizado; y los intentos por imponer la residencia a los obispos, constituyeron los primeros elementos represores y reformadores del programa de Paulo III (1534-1549). Pero, sin duda alguna, su mayor servicio a la Reforma católica fue la convocatoria, también deseada por el emperador Carlos V, del Concilio de Trento. Aunque se suspendieron las dos primeras convocatorias papales que ordenaban celebrarlo en Mantua y en Vicenza, la propuesta que hizo Carlos V de que tuviera lugar en Trento, como territorio del Imperio, fue aprobada por el Papa, quien lo convocó en mayo de 1542. Sin embargo, las guerras entre Carlos V y Francisco I produjeron, de nuevo, la suspensión del Concilio en septiembre de 1543. Únicamente la paz de Crépy (1544), en cuyo protocolo se declaraba que Francia enviaría al Concilio obispos y legados, pudo impulsar una nueva y definitiva convocatoria en noviembre de 1544. La apertura, que sufrió una excesiva y desesperanzadora demora, tuvo lugar en diciembre de 1545. Dos años más tarde el Concilio trasladó su sede a Bolonia, fue suspendido en 1549, reanudado en 1551, suspendido en 1552, abierto en 1562, interrumpido por la firma de la paz de Cateau-Cambrésis, y clausurado en enero de 1564.
El Concilio de Trento afrontó problemas dogmáticos como la precisión de la fe católica contra los errores del protestantismo, aunque las cuestiones de la primacía papal y del concepto eclesial no se modificaron. Reafirmando la doctrina tradicional, el Concilio fijó el contenido de la fe católica. En primer lugar, se estableció que Dios ha creado al hombre bueno y éste, a pesar del pecado original que corrompió su naturaleza, conserva su libre albedrío y su aspiración al bien. En segundo lugar, la fe se funda sobre la Sagrada Escritura, explicada y completada por los padres de la Iglesia, los cánones de los concilios y el magisterio de la Iglesia. Con relación a la cuestión de la justificación por la fe, la doctrina que establece el Concilio de Trento difiere notablemente de la mantenida por Lutero. Según éste, Dios nos justifica atribuyéndonos los méritos de su Hijo. Para la Iglesia reunida en Trento, Dios nos hace justos transformándonos por la acción de la gracia. Por otra parte, el Concilio estableció que la misa es un sacrificio que renueva el de la cruz, y afirmó, con relación a la Eucaristía, la presencia real, la conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo, y de toda la sustancia del vino en la sangre, no permaneciendo más que las apariencias del pan y del vino. Sobre el concepto de Iglesia, el Concilio mantuvo que Dios quiere la Iglesia y que ésta es una, santa, universal y apostólica, está inspirada por el Espíritu Santo y es infalible en materia de fe.
Por otra parte, el Concilio abordó plenamente la reforma del clero al desterrar los abusos denunciados desde la Baja Edad Media. Por lo que se refiere a la obra pastoral y disciplinaria de Trento, sus decisiones fueron, con el tiempo, trascendentales. La reforma del episcopado fue objeto de abundantes discusiones y decretos: se reguló el deber de residencia, de visita pastoral diocesana, de predicación y de convocatoria frecuente de sínodos. Parecidas recomendaciones de residencia, predicación, cura de almas, vida austera, uso del traje talar, etc., se hicieron a los párrocos. La novedad que el Concilio presentó en esta materia se refería al celo que en adelante habría de ponerse en la selección, formación moral, teológica y doctrinal de los curas, para lo cual se pedía a los obispos que se establecieran seminarios diocesanos, de tal manera que se evitaran los abusos denunciados y se llevase a cabo la reforma real de los ministros seculares de la iglesia. Las decisiones del Concilio no agotaron la crisis de la Iglesia. Territorialmente, el catolicismo era monolítico en España, Portugal e Italia y presentaba dificultades en Polonia, pero estaban perdidas distintas regiones de Francia y el norte de Alemania, se había consumado el cisma inglés, aunque Irlanda permanecía católica, estaba en peligro el corazón del Imperio, Austria, Bohemia y Hungría, se presentaba dividida Suiza y los Países Bajos y estaba escasamente fortalecido en el sur y en el oeste alemán, mientras que en los países escandinavos el avance del protestantismo era definitivo. Sin embargo, antes de que finalizara el siglo XVI, la vida de la Iglesia se renovó gracias a la ejecución de los decretos y del espíritu reformador conciliar, cuya responsabilidad correspondió a los Pontífices que ocuparon la sede romana desde 1565 hasta 1585 (Pío V, Gregorio XIII y Sixto V). A sus nombres van unidos obras trascendentales, como la conclusión del Catecismo cuya elaboración comenzó durante el Concilio de Trento (Pío V), la restauración del culto, la reforma de la administración eclesiástica, la fundación y organización de colegios romanos para sacerdotes (Gregorio XIII), la reorganización profunda de la Curia y de la distribución de los asuntos de gobierno, la implantación de las visitas obligatorias de los obispos a Roma para informar del estado de sus diócesis, la revisión de la "Vulgata", etc. (Sixto V).
San Ignacio y la Compañía de Jesús: San Ignacio estuvo profundamente influenciado por el ambiente de la renovación pretridentina de la Península Ibérica, si bien tuvo una visión muy universal. En esto ayudaron varias cosas:
ü Su cultura universitaria: entendió que el problema no era sólo de tipo ascético y místico, sino también cultural. No bastaba un retorno a un ascetismo más austero, sino se debía responder a las preguntas de sentido de su tiempo.
ü Fue “español” y “convertido”: unió en sí estos dos elementos. Por una parte estaba la fuerza de la Reconquista y, por otra, el impulso de quien ha descubierto personalmente la verdad y la quiere anunciar.
ü Llega a Roma, donde su Compañía podrá respirar la eclesialidad y la universalidad a pleno pulmón.
En 1539 redacta la Formula Instituti, que constituyó el primer esquema de la naciente Compañía de Jesús, la que sería aprobada por Julio III con la bula Regimini militantis Ecclesiae, en 1540. Ignacio muere en Roma el 31 de julio de 1556. Beatificado en 1609, sería canonizado en 1622.
El objetivo de la Compañía es la defensa y la propagación de la fe, así como el apostolado entre los infieles con la actividad pastoral y la caridad. A diferencia de las órdenes antiguas y medievales, en la Compañía el epicentro gravita sobre la “diaconía”, sin especificar ninguna obra, donde se haga explícita la misión apostólica expresada por el cuarto voto. El servicio de Dios no es un servicio de corte, sino de guerra, es decir, “combatir bajo el estandarte de la cruz”. Tres son las características que derivan de esto: la movilidad, la centralización y la adaptabilidad. La centralización está asegurada por el vínculo especial con el Papa, con los nombramientos de todos los cargos por parte del General. La movilidad induce al abandono de trabas, como el coro, el hábito religioso, la liturgia en el canto, las austeridades establecidas por regla, para dejar más tiempo y energías al servicio de las almas. La adaptabilidad fue una cualidad exigida por el hecho de que los jesuitas debían injertarse en los más variados ambientes y culturas (inculturación).
El apostolado de los jesuitas fue de evangelización sobre todo a través de la formación de los pobres en las escuelas gratuitas, de las clases más influyentes en los “colegios”, del clero en los seminarios y en las universidades, y de los príncipes con los confesores de corte.
Instrumentos muy eficaces de carácter formativo fueron los Ejercicios Espirituales y los colegios. A la muerte del fundador los colegios crecieron enormemente. La enseñanza fue regulada por la Ratio studiorum (1598), que sería el modelo de la educación superior europea por diversos siglos. La base era humanística, mas se daba amplio espacio a la filosofía, a la física y a las matemáticas. Los jesuitas constituyeron una extensa red de colegios, trabajaron para la recuperación de la Iglesia en los países conquistados por la Reforma y, con los Ejercicios, colaboraron válidamente en la interiorización de la reforma católica.
La Reforma del Carmelo de Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz: Entre las reformas de las órdenes antiguas, la de las Carmelitas Descalzas, realizada por Santa Teresa de Ávila es la más importante, ya que no sólo se extendió a las religiosas sino también a los religiosos carmelitas, siendo un verdadero símbolo del espíritu católico enteramente renovado después del concilio de Trento y juntamente contribuyó eficazmente en toda Europa a profundizar más el mismo espíritu.
En la orden carmelita, tanto en hombres como en mujeres se había observado durante los siglos XIV y XV y principios del XVI los mismos deplorables efectos que en otras órdenes antiguas, y como en otras órdenes habían surgido importantes reformas. Sin embargo, a mediados del siglo XVI persistían en muchos de sus conventos, tanto de hombres como de mujeres, diversos abusos, que hacían necesaria una reforma.
Toda la constancia de Santa Teresa fue necesaria para mantener su obra. Pero al fin, frente a los mayores obstáculos, se afianzó la fundación. A ello contribuyó eficazmente la confirmación de Pío IV, del 17 de Julio de 1565.
Posteriormente, Santa Teresa encontrará a un fiel colaborador que le ayudará en la fundación de nuevos conventos: San Juan de la Cruz.
La reforma del Carmelo se extendió cada vez más rápidamente. De España pasó desde 1584 a Italia; desde 1605 se extendió en Polonia; desde 1609, en Francia, Bélgica, Alemania y otros territorios. En 1593 el papa Clemente VIII concedió a los Carmelitas Descalzos un general propio, y en 1600 dispuso que formaran dos congregaciones independientes, la española y la no española. La primera contaba con seis provincias, que luego subieron a diez; la no española llegó a tener veinticuatro. Hasta nuestros días se ha acreditado por su elevada espiritualidad.
El Barroco: La necesidad de reformar las estructuras del mundo católico es lo que conduce al Concilio de Trento y a la mal llamada Contrarreforma, en realidad, una Reforma católica, que no va contra algo sino en busca de una adaptación a los nuevos tiempos. La traducción de este estado de cosas sobre el arte trae importantes consecuencias desde el primer momento. Los teólogos reunidos en concilio, mayoritariamente españoles, proclaman ciertos dogmas que han de ser representados dignamente por los artistas al servicio de la Iglesia: la virginidad de María, el misterio de la Trinidad, etc. pasan a protagonizar los lienzos. La Iglesia, antes que las monarquías absolutistas que ejercen un poder paralelo al Vaticano, fue la primera en comprender el poder ilimitado del arte como vehículo de propaganda y control ideológico. Por esta razón contrata legiones de artistas, reclutando por supuesto a los mejores, pero también a muchos de segunda fila que aumentan los niveles de producción para satisfacer las demandas de la gran base de fieles. Se exige a todos los artistas que se alejen de las elaboraciones sofisticadas y de los misterios teológicos, para llevar a cabo un arte sencillo, directo, fácil de leer, que cualquier fiel que se aproxime a una Iglesia pueda comprender de inmediato. Los personajes han de ser cercanos al pueblo: los santos dejan de vestir como cortesanos para aparecer casi como pordioseros, a gran tamaño, con rostros vulgares. El énfasis de la acción ha de colocarse sobre el dramatismo: ganar al fiel a través de la emoción fue la consigna. Las escenas se vuelven dinámicas, lejos del hieratismo intemporal de los estilos anteriores. Las composiciones se complican para ofrecer variedad y colorido. Las luces, los colores, las sombras se multiplican y ofrecen una imagen vistosa y atrayente de la religión y sus protagonistas. Fuera del patrocinio de la Iglesia, los mecenas privados aumentan: el afán de coleccionismo incita a los pintores a llevar a cabo una producción de pequeño o mediano formato para aumentar los gabinetes de curiosidades de ricos comerciantes y alta nobleza. En la época de los filósofos Bacon y Descartes, el Arte se colecciona como los objetos científicos o los exóticos bienes importados de las Indias y América. La secularización de esta época propició que se revalorizaran géneros profanos, como el bodegón o el paisaje, que empieza a cobrar una autonomía inusitada. Las complejas composiciones del Barroco, la diversidad de focos de luz, la abundancia de elementos, todo, puede aplicarse perfectamente a un paisaje. El Barroco como estilo general es tan sólo una intención de base. Las formas que adopte en la praxis serán tan variadas como se pueda imaginar. Entre algunos representantes tenemos a Juan Sebastián Bach, en la música, y Rembrandt en pintura.
La Evangelización en América Latina: En América Latina se intenta fundamentalmente trabajar con los indígenas, constituyéndose dos instituciones: las encomiendas de indios y las mercedes de tierras. La encomienda de indios consistía en que al llegar el conquistador a América recibía un grupo de indios, siendo su misión cuidar y evangelizar este grupo. Además de la encomienda de indios se le daba además al conquistador una merced de tierra que se debía trabajar. Dentro de estas instituciones hay muchos abusos, por lo cual llega a ser casi una esclavitud, admitiéndose ésta como normal, sobre todo la de los negros. Así se establecen campos de esclavos en las zonas más cálidas como Lima, Argentina, Brasil y Bolivia.
El asentamiento y propagación de la Iglesia en América no constituyó sólo un éxito misional positivo, sino que además abrió el camino para una completa transformación de la geografía eclesiástica. La muralla que encerraba a la Iglesia en Europa se había desmoronado. Quedaba abierta y libre la ruta hacia la Iglesia universal.
Aspectos generales de la Colonia: En el siglo XVII la colonia establece las instituciones fundamentales con que se rigen los nuevos territorios, los cuales son réplicas de los Estados Europeos. América está bajo el dominio de España, exceptuando Brasil, siendo las colonias propiedad del monarca español y no del pueblo español.
La evangelización se fomenta a partir de dos virreinatos: Granada y Perú, que gobiernan América Latina, los cuales son administrados por el Real Consejo de Indias. Aquí cumplirán un rol fundamental los jesuitas en su labor de inculturación, valorando las diversas formas de vida indígena, siendo un acierto evangelizador que atrae al indígena. Se afianza la relación Iglesia-Estado, puesto que se coloniza y evangeliza a la vez. En este ambiente irán surgiendo las primeras universidades, siendo la más antigua la de San Marcos de Lima. En Lima surgirá un arzobispo doctorado en Derecho Canónico: Toribio de Mogrovejo. Él convoca a cinco concilios que reúnen a todos los obispos. Aquí se imparten medidas para la catequesis y para la buena relación entre españoles e indígenas; dentro del derecho de patronato hay que mantener en lo posible la libertad de la Iglesia.
Chile dentro de las colonias alcanzará un nivel importante, puesto que se crea la Real Universidad de San Felipe, donde estudiarán los criollos que pertenecen a la aristocracia. Santiago es austero, modesto y sin mucho desarrollo. Al crearse la diócesis de Santiago es preconizado obispo Monseñor Rodrigo González de Marmolejo, estando ésta supeditada al arzobispado de Lima. Surgen, con posterioridad, dos diócesis más que son la Imperial y Ancud. De esta forma, con las respectivas fundaciones de ciudades, se construyen cada vez más parroquias y ya no existen los ataques indígenas, pero las catástrofes naturales como los terremotos que asolan el país. De este modo se irán desarrollando Santiago y Concepción.
La Revolución Francesa: La Revolución Francesa, por una serie de razones se destaca de las demás revoluciones que acontecieron por ésta época. Francia era el país más poblado de Europa Occidental, el más próspero del continente y también el que gozaba de mayor prestigio intelectual como centro de iniciativa de la revolución ideológica del S XVIII. La revolución marca el fin del Antiguo Régimen y el surgimiento de una nueva organización socio-política, qué se fue afirmando paulatinamente. Las causas que generaron la Revolución fueron diversas, éstas son algunas de las más influyentes: la incapacidad de las clases gobernantes (nobleza, clero y burguesía) para hacer frente a los problemas de Estado, la indecisión de la monarquía, los excesivos impuestos que recaían sobre el campesinado, el empobrecimiento de los trabajadores, la agitación intelectual alentada por el Siglo de las Luces y el ejemplo de la guerra de la Independencia estadounidense. También afectaron las periódicas crisis económicas motivadas por las largas guerras emprendidas durante el reinado de Luis XIV, además del desmedido gasto que generaba la nobleza, la mala administración de los asuntos nacionales en el reinado de Luis XV y el aumento de la deuda generado por los préstamos a las colonias británicas de Norteamérica durante la guerra de la Independencia estadounidense. El pueblo exigía la convocatoria de los Estados Generales, asamblea formada por representantes del clero, la nobleza y el Tercer estado, y el rey Luis XVI accedió finalmente a celebrar unas elecciones nacionales en 1788.
El inicio de la Revolución: El rey se vio obligado a ceder ante la continua oposición a los decretos reales y la predisposición al amotinamiento del propio Ejército real. El 27 de junio ordenó a la nobleza y al clero que se unieran a la autoproclamada Asamblea Nacional Constituyente. El Rey dio instrucciones para que varios regimientos extranjeros leales se concentraran en París y Versalles. El pueblo de París respondió con la insurrección ante estos actos de provocación; los disturbios comenzaron el 12 de julio, y las multitudes asaltaron y tomaron La Bastilla (una prisión real que simbolizaba el despotismo de los Borbones) el 14 de julio. La burguesía parisina, temerosa de que la muchedumbre de la ciudad aprovechara el derrumbamiento del antiguo sistema de gobierno y recurriera a la acción directa, se apresuró a establecer un gobierno provisional local y organizó una milicia popular, denominada oficialmente Guardia Nacional. El estandarte de los Borbones fue sustituido por la escarapela tricolor (azul, blanca y roja), símbolo de los revolucionarios que pasó a ser la bandera nacional. No tardaron en constituirse en toda Francia gobiernos provisionales locales y unidades de la milicia.
Iglesia en Chile y los inicios de la Independencia: A finales del siglo XVIII los jóvenes criollos irán a estudiar con permiso del Consejo de Indias a otras universidades de Europa. Salen de la Real Universidad de San Felipe a España y se adiestrarán en la carrera militar. Entre ellos se encontrarán Bernardo O´Higgins y José Miguel Carrera. Así toman contacto con otros jóvenes, especialmente con don Francisco de Miranda que sería el idealista de la independencia en América. El 18 de septiembre de 1810 don Mateo de Toro y Zambrano preside junto a un obispo emérito, Monseñor José Antonio Martínez de Aldunate y parte de la aristocracia chilena una junta para firmar el acta proclamando su lealtad al rey y declarándose su propiedad, ante la invasión a España y cautiverio de Fernando VII por Napoleón. Así comienza la carrera independentista de Chile.
La Misión Muzi: José Miguel Carrera forma una especie de gobierno provisional muy liberal y claramente prescinde de lo religioso. Ante esto la Iglesia se sigue manteniendo fiel al rey, pero poco a poco empieza a dividirse. Desde la batalla de Maipú la jerarquía eclesiástica es renovada, pero la Santa Sede no los reconoce. O’Higgins pedirá a la Santa Sede la misión Muzi. No obstante, es Ramón Freire quien recibe la Misión Muzi, siendo la recepción poco grata, puesto que ésta no consigue que Freire tenga miramientos con la Iglesia, siguiendo el Patronato. El 2 de agosto de 1824, Freire ordenó a Rodríguez Zorrilla dejar el obispado de Santiago en manos de José Ignacio Cienfuegos, sin otro título que un decreto gubernativo. Desde ese momento, las relaciones entre el gobierno de Freire y el vicario apostólico sufrieron un serio deterioro.
El Pontificado de Pío IX y el Concilio Vaticano I: Treinta y dos años (1846 a 1878) duró el pontificado de Pío IX, siendo el más largo en la historia de los papas. Su persona lo hace agradable a los círculos liberales. Pero el liberalismo de Pío IX sería, en todo caso, una muestra más de las confusiones que presentaba este término tan ambiguo. El nuevo papa era, en efecto, un hombre liberal, pero en el sentido de quien practica la virtud de la libertad y no en el de seguidor de las doctrinas del liberalismo. Pío IX era una persona cordial, generosa que no vaciló en adoptar desde primera hora una serie de reformas progresivas en los Estados Pontificios: amnistía política (liberación de presos políticos), mejoras en la administración pública y hasta una nueva constitución y un gobierno con un primer ministro civil. Estas reformas levantaron en torno al pontífice una inmensa oleada de popularidad. Como era de prever, el equívoco no tardo en deshacerse. Pío IX italiano de corazón, rehusó encabezar una liga nacional para hacer la guerra santa contra los austriacos, que dominaban el norte de la península. Con rapidez vertiginosa, el clima popular se degradó y a las aclamaciones sucedieron las acusaciones. Desde entonces, el liberalismo apareció ante sus ojos como un movimiento al que tenía el sagrado deber de oponerse, porque perseguía un ideal no cristiano, y en Italia trataba, además, de arrebatar a la Santa Sede los Estados Pontificios.
Pío IX hacia el 1869 convoca al Concilio Vaticano I asistiendo obispos de todos los continentes, que pese a su brevedad (culminará abruptamente en 1870), aprobó dos constituciones de gran importancia: la Pastor Aeternus y la Dei Filius. En estas constituciones se abordan tres problemas:
ü El diálogo fe-razón, intentando dar una respuesta ante el fideísmo y el racionalismo; y al tema de cómo conocemos a Dios (Dei Filius).
ü Definir la potestad papal que la tradición ha ido manifestando. En otras palabras, que el romano pontífice es infalible cuando habla “ex cathedra” en materia de fe y costumbres en aquello que tiene relación con la salvación del hombre, en virtud de ser sucesor de Pedro.
ü Definir la tuición que el Papa tiene sobre todos los fieles: Es pastor de toda la Iglesia.
En este concilio participan más de setecientos Padres Conciliares y por primera vez asisten dos obispos chilenos: Monseñor Valdivieso, arzobispo de Santiago y Monseñor Salas, obispo de Concepción. La mayoría de los Padres Conciliares latinoamericanos son partidarios del Papa, respecto de las doctrinas sobre la infalibilidad, encontrando Pío IX en ellos el apoyo ante la relativa oposición de los obispos franceses.
El Concilio termina violentamente el año 1870 al invadir los Estados Pontificios las tropas de la casa de Saboya, instaurándose en Italia una monarquía dura e intolerable con la religión. Pío IX rinde Roma para evitar el derramamiento de sangre. La Iglesia pierde así los Estados Pontificios, dejando al Papa sin un estado temporal que gobernar.
Episcopado de Manuel Vicuña Larraín: Este obispo para obtener lo que deseaba jamás echaba mano de la violencia y de la excomunión, puesto que todo lo conseguía con la persuasión y la amabilidad. Bajo el gobierno de Bulnes y bajo el episcopado de Vicuña, fue se crean diócesis nuevas (la Serena y Ancud) y es elevado el obispado de Santiago a Arzobispado. El 24 de abril de 1836, el Congreso autorizó al Ejecutivo para elevar a la Santa Sede las preces de erección de la metrópoli con sus obispados sufragáneos. El Gobierno sólo las envió el 24 de marzo de 1838, y encargó que las gestionara al encargado de negocios ante la Corte Pontificia, Francisco Javier Rosales. De esta forma el 23 de junio de 1840, el Papa Gregorio XVI, elevó a la dignidad arzobispal, al obispado de Santiago y creó las diócesis de la Serena y Ancud. Vencía así el obispo el sectarismo de los partidos de oposición.
Regreso de los Jesuitas: En 1843, poco antes de su muerte, el obispo Manuel Vicuña tuvo la inmensa satisfacción de recibir en Valparaíso a los padres jesuitas, expulsados en 1767, y que habían dado a Chile lo mejor que tenía, en las ciencias, las artes y las industrias. Vicuña fue quien se empeñó para que el Congreso Nacional permitiera el regreso de la Compañía de Jesús.
Arzobispado de Rafael Valentín Valdivieso con carta de Ruego y Encargo: El 9 de mayo de 1845, el Consejo de Estado formó una terna para que el Presidente de la República escogiera a uno de los nombrados y lo presentara al Senado para que confirmara este nombramiento y fuera presentado a la Santa Sede. La terna estaba integrada por el presbítero Rafael V. Valdivieso, el arcediano de la Catedral de Santiago, José Miguel del Solar y el obispo electo de Ancud, Justo Donoso. El gobierno propuso al Senado el nombre de Rafael V. Valdivieso, quien el 20 de junio, fue confirmado por la cámara alta, para ocupar la sede arzobispal de Santiago.
El 31 de junio, el gobierno encargó al Cabildo que hiciese entrega de la arquidiócesis, con la acostumbrada carta de Ruego y Encargo. El 6 de julio, el Cabildo despojó de su cargo de vicario capitular a Juan Francisco Meneses y entregó al gobierno de la Iglesia en carácter de arzobispo electo a Rafael Valentín Valdivieso, en virtud de la anticanónica carta de Ruego y Encargo.
Conflicto entre Iglesia y Estado en Alemania: Kulturkampf: En el Reich, sobre todo en Prusia, la situación derivó a un conflicto en toda regla entre la Iglesia y el Estado: Kulturkampf. Se utiliza generalmente este término para referirse a la política seguida por el imperio fundado en 1871 en Prusia, donde los conflictos tuvieron un desarrollo especialmente violento, pero donde terminaron antes que en ninguna otra parte. El desencadenante del litigio fue la situación creada, en virtud del Concilio Vaticano I, a aquellos sacerdotes y viejos católicos que estaban al servicio del Estado, a los que la Iglesia había prohibido ejercer su oficio. También tuvo que ver la desconfianza del canciller príncipe Otto von Bismarck respecto del recién fundado partido católico de centro, al que consideraba un puro instrumento en manos de la Santa Sede. Bismarck temía no poder ser a la larga “dueño de su propia casa”.
Baviera presentó en la dieta imperial la solicitud, acogida con aprobación del Parágrafo del púlpito (1871), que penaba el abuso de la predicación eclesial. También solicitó la Ley de los jesuitas (1872), que prohibía residir en el Reich a los miembros de la compañía de Jesús y de las órdenes “emparentadas”, como los redentoristas y los lazaristas. El Papa protestó. Bismarck dijo entonces: “No iremos a Canossa, ni física ni mentalmente”.
En Prusia, donde los católicos fueron muy postergados, se eliminó en 1871 el departamento católico del Ministerio de educación y ciencia, y en 1872 se publicó la ley sobre la supervisión estatal de la enseñanza. La situación se hizo particularmente tensa en 1872 con el nombramiento de Adalbert Falk para ministro prusiano de educación y ciencia. A él se debieron las leyes de Mayo de 1873, por las que la Iglesia pasaba a estar casi por completo bajo la supervisión del Estado. Se negó al Papa todo tipo de jurisdicción en Alemania, con lo que se quería privar de toda eficacia a las excomuniones. Los asuntos eclesiásticos deberían verse en adelante en tribunales civiles. Los castigos disciplinares intraeclesiales debían obtener la aprobación del estado. Para salir de la Iglesia bastaba comunicarlo al juzgado de primera instancia.
Pío IX envió en vano una nota de protesta al emperador Guillermo I (1871-1888). La codificación acerca del estado civil, de 1874, hacía obligatorio el matrimonio civil. En su encíclica Quod numquam, del 5 de febrero de 1875, el Papa declaraba nulas las leyes aprobadas en la medida en que contradecían la institución divina de la Iglesia. Con ello no hizo sino echar más leña al fuego. La Ley Prohibitiva y De la cesta de pan, de 1875, suprimía todas las prestaciones pecuniarias del Estado a los obispos y ministros sagrados que no observasen las leyes dictadas. El conflicto entre Iglesia y el Estado alcanzaba así su punto culminante.
Como consecuencia de las medidas estatales, en Prusia estuvieron cerrados hasta 1878 todos los seminarios conciliares, y fueron alejados de sus sedes ocho obispos. Más de mil parroquias permanecieron vacantes. La oposición del pueblo se hizo cada vez más perceptible, y condujo no sólo a un fortalecimiento del catolicismo sino también del partido de centro.
Colonización de Valdivia y Llanquihue: Fracasados ciertos proyectos de colonización de tiempos de O’Higgins, sólo en el decenio de Bulnes se dictó la primera ley de colonización (1845); pero atrajo tan pocos inmigrantes que fue preciso nombrar un agente en Europa. Este fue el alemán Bernardo Philippi, gran conocedor de la provincia de Valdivia (1847- 48). Debía reclutar colonos católicos en Alemania, país del cual se pensaba poder sacar gran número de familias en razón de los trastornos políticos y económicos originados por la revolución del 48.
Mas el solo conocimiento de los proyectos gubernativos desarrolló en el sur una desalentada especulación con las tierras, en que individuos inescrupulosos comenzaron a apoderarse de terrenos fiscales y a elevar sus precios. El gobierno, después de invalidar tales adquisiciones, encargó a Vicente Pérez Rosales la instalación de los colonos que empezaba a enviar Philippi y algunas sociedades alemanas de colonización, no todos de religión católica (1850).
Posteriormente, a fin de disponer de terrenos para los inmigraciones que seguían llegando, Vicente Pérez Rosales exploró el lago Llanquihue y sus alrededores. En 1853 fundó a orillas del golfo de Reloncaví la colonia de Melipulli hoy Puerto Montt. Posteriormente, colonos alemanes fueron instalándose en Osorno, Puerto Octay, Puerto Varas, Frutillar, La Unión y Río Bueno. En total, entre 1851 y 1860 se radicaron en las zonas de colonización de Valdivia y de Llanquihue más de 3000 alemanes, gente sobria y esforzada que iban a transformar completamente aquella zona hasta entonces casi abandonada.
La Revolución Rusa: Con la caída del zarismo, los burgueses medios hacen de la doctrina marxista una doctrina política. En el 1904 en Bélgica, Lenin es el cabeza de esta ideología. En 1905 miles de campesinos protestan ante el zar. Él sin tener parte en el asunto, manda reprimir al pueblo. Tendrá fatales consecuencias. El 5 de octubre de 1917 las tropas se alzan contra la monarquía, para ser sucedido con la dictadura del proletariado con Lenin a la cabeza, siendo un gobierno bastante organizativo. A la muerte de Lenin y Trosky, Stalin lleva al socialismo ruso a la más sangrienta de las dictaduras. El problema de la Iglesia comienza en los países que empieza la URSS a invadir.
León XIII y la Doctrina Social de la Iglesia: Vincenzo Gioacchino Pecci, el sexto hijo de una familia humilde, fue ordenado sacerdote en 1837 y fue inmediatamente integrado al servicio papal, y como gobernador fue enviado primero a Benevento (1838-41) y luego a Perugia (1841-43). Se distinguió por ser muy capaz y justo en el gobierno de los estados pontificios a él encomendados, por lo que tuvo una reconocida popularidad. Su profunda preocupación social le llevó, entre otras iniciativas, a crear un banco para ayudar a los pobres. En 1843 fue consagrado obispo, siendo enviado por Su Santidad Gregorio XVI a Bélgica para asumir allí la nunciatura. Dos años más tarde, nuevamente en Italia, le era encargado el gobierno pastoral de la diócesis de Perugia. En 1853 es creado Cardenal por el Papa Pío IX. Durante su paternal presencia como Pastor de su diócesis, insistió mucho en fomentar una profunda instrucción religiosa de sus fieles. Para dar un fuerte impulso al estudio del tomismo, fundó en el año 1859 la Academia de Santo Tomás de Aquino. Cuando el año 1860 el estado pontificio de Perugia era anexado a Cerdeña, una legislación fuertemente secularista era introducida por los nuevos gobernantes, poniendo fuertes trabas a la libertad religiosa de los fieles católicos. La situación llevó a Mons. Pecci a alzar firme su voz de protesta, siendo constante y firme en la defensa que hacía de los derechos de la Iglesia y de su grey en particular. Sin embargo, a pesar de esta actitud de oposición, supo mantener siempre una buena relación con el nuevo gobierno. En una serie de cartas pastorales publicadas entre 1874-77 el Cardenal Pecci hacía público su deseo de lograr un mayor acercamiento entre el catolicismo y la cultura contemporánea. El año 1877 es trasladado a Roma y es nombrado camarlengo (Cardenal que administra los asuntos de la Iglesia cuando sobreviene la vacancia de la Sede Apostólica). Será él el elegido, el 20 de febrero de 1878, para suceder a Pío IX en la cátedra de Pedro.
Su pontificado: Al asumir la misión apostólica que Dios le confiaba, la de confirmar a su hermanos en la fe, el nuevo Pontífice elegía el nombre de León. ¿Una inspiración divina para que su nombre fuese como un signo o anuncio de lo que sería la nota esencial de su pontificado? Lo cierto es que el nuevo Papa, que a más de uno habría sugerido la idea de que el suyo sería un pontificado breve, habría de guiar la barca de Pedro durante casi veintiséis años. Y haría resonar más de una vez la firme voz de la Iglesia en todo el mundo, la voz que con singular energía se alza en defensa de sus hijos, especialmente cuando ve que se maltrata y desprecia a los más débiles e indefensos. En este sentido, Su Santidad León XIII ha llegado a ser conocido como el primer Papa de las encíclicas. Muy prolífico en su labor magisterial, hizo conocer al mundo entero la enseñanza de la Iglesia iluminando con la luz del Evangelio los más diversos problemas que se iban presentando en su tiempo. La más importante de sus encíclicas, sin duda, es la conocida con el nombre de Rerum novarum, y fue promulgada el 15 de mayo de 1891. Con esta encíclica se iniciaba una nueva etapa conocida como Magisterio Social Pontificio, etapa que de ninguna manera desconoce sino que, todo lo contrario, hunde sus raíces en el Evangelio mismo, así como en el pensamiento y la acción social que, inspirándose en las enseñanzas evangélicas del Maestro, han acompañado a la Iglesia desde el inicio de su caminar. Por medio de esta encíclica el Papa de los obreros, con tono firme, hacía resonar en el mundo entero la voz de la Iglesia que, una vez más, se alzaba en defensa de los débiles, los pobres, los “sin voz”. Advertía claramente de los peligros que traerían para el mismo hombre las nuevas concepciones políticas, sociales y económicas que no tomaban en cuenta a la persona humana y que, además, evadían sus responsabilidades sociales por su marcada tendencia individualista. Ciertamente, la creciente pobreza y explotación del hombre por el hombre hacía necesario este llamamiento universal que, en nombre de Dios y con hondo clamor humano defendiese a los obreros. Al publicar la Rerum novarum, el Papa León XIII mostraba una vez más la profunda preocupación que, como Pastor Universal, movía su corazón para alzar su enérgica voz de protesta al agravarse cada vez más la llamada "cuestión social". Su Santidad León XIII, con su firme y valiente defensa del hombre frente a los peligros de las erradas concepciones antropológicas que nutren las ideologías y economías de este siglo, ha hecho sentir muy fuerte en el mundo entero la voz de la Iglesia que sale en defensa de lo que para ella es lo más sagrado: el ser humano y su dignidad, dignidad que le viene de ser hijo de Dios, por quien Cristo en la cruz pagó un precio de Sangre.
Relaciones Iglesia Estado en Chile y la cuestión del sacristán: Este problema se da bajo el gobierno de Manuel Montt. Las relaciones entre Iglesia y Estado durante el episcopado de Valdivieso, comenzaron a exasperarse con un hecho insólito, risible y doméstico, porque lo provocó el empleado de la Catedral, Pedro Santelices. Éste se insolentó contra su jefe, el sacristán mayor del templo, presbítero Francisco Martínez Garfias, quien lo destituyó del servicio. Santelices se quejó de la medida ante el Cabildo metropolitano, y este alto cuerpo lo reincorporó. El canónigo tesorero, jefe del presbítero Martínez, reclamó al vicario general subrogante, Vicente Tocornal, y éste, con su autoridad ordinaria, confirmó la autoridad de Santelices. En otras palabras, lo que hay que tener claro es que ante el robo del sacristán se dan los dos fueros: el civil y el eclesiástico.
Las Leyes Laicas: Hay varios hechos que van a desencadenar la promulgación de las leyes laicas. Uno de ellos es que en 1871, después que el obispo José Hipólito Salas, negó en Concepción, la sepultura al cadáver del coronel Manuel Zañartu. Posteriormente, don Domingo Santa María propone un canónigo liberal como arzobispo de Santiago: Monseñor Francisco de Paula Taforó ante lo cual Roma no accede. Ante esto Santa María promulga las “leyes laicas”: ley de registro civil, ley de matrimonio civil y de cementerios laicos. La Iglesia no está unida al Estado y el Estado no reconoce vínculo matrimonial, siendo sólo válido lo civil.
Arzobispado de don Mariano Casanova: Tercer arzobispo de Santiago, es uno de los eclesiásticos que ha ejercido mayor influjo en la vida política, social y religiosa de nuestro país. Así, por ejemplo, en el plano educacional, decretó la fundación de la Universidad Católica, el 21 de junio de 1888. Más tarde, en 1891, vio con horror que Chile iba hacia una guerra civil y se propuso detenerla: él era amigo del Presidente Balmaceda y de los parlamentarios de oposición, ambos bandos le miraban con respeto. Posteriormente, viendo Casanova con espanto el avance arrollador de la masonería, de las sectas protestantes y demás doctrinas irreligiosas y antisociales en Chile y América, dirigió una carta a León XIII, en la cual le pedía la convocación de un Concilio plenario de la América Hispana, para realizar una labor conjunta de penetración apostólica en toda Latinoamérica, a fin de poner atajo a las nuevas teorías. Así el Papa convocó al Concilio para el 28 de marzo de 1899 a realizarse en Roma. El Concilio promulgó 998 cánones, que el Papa aprobó y promulgó en sus letras “Jesu Cristo Eclesiam” de 1° de enero de 1900. A raíz del Concilio, León XIII, otorgó nuevos privilegios a la Iglesia Hispanoamericana.
El Pontificado de Benedicto XV: Poco después del tránsito del Papa Pío X a la casa del Padre Eterno, estallaba la gran guerra. Ciertamente fue en medio de una situación de gran tensión internacional cuando él asumía el timón de la Barca de Pedro. Dotado de una gran destreza y habilidad diplomática, Su Santidad Benedicto XV buscaría con singular empeño poner este don al servicio de la paz de las naciones. Su gran deseo era el de prestar su mediación para lograr una pronta distensión y un justo acuerdo de paz, y para ello declaró la imparcialidad y neutralidad total de la Iglesia. Además de elegir a un hombre de extraordinarias cualidades para conducir firmemente la barca de Pedro en medio de las tormentosas aguas del conflicto mundial, los Cardenales habían elegido también a un hombre de gran corazón. El Papa Benedicto se distinguía por un gran amor paternal: su misión era la de ser un apóstol de la paz, un promotor de comunión y reconciliación en medio del odio y del irracional conflicto. Benedicto XV quiso ser para todos un padre, un hermano solidario, un cristiano coherente. Y, ciertamente, muchas fueron las muestras de su solidaridad afectiva y efectiva, especialmente para con las víctimas de la gran guerra. Por ello el Papa Benedicto XV ha sido calificado como el buen samaritano de la humanidad.
Frutos de su Pontificado: Algunos sucesos saltantes del pontificado de Benedicto XV al interior de la Iglesia fueron: En 1917 fue promulgado el nuevo Código de Derecho de Canónigo, fruto de varios años de trabajo iniciados durante el pontificado de su predecesor, S.S. Pío X. Se puede decir que éste fue el acontecimiento intraeclesial más importante de su pontificado, dado que el nuevo Código se constituyó en el elemento decisivo para la organización eclesiástica. En 1917 el Santo Padre funda la Congregación para las Iglesias Orientales. En 1919 publica su encíclica Maximum illud, conocida como “la carta magna” de la actividad misionera. “La Iglesia de Dios es católica y, por lo tanto, no puede ser extraña a ningún pueblo”, decía en ella el Santo Padre. En esta encíclica da ciertas directrices que se constituyen en hitos fundamentales para la posterior acción misionera y evangelizadora de la Iglesia.
Las relaciones de la Iglesia con otros estados: Al estallar el conflicto generalizado en Europa, la labor del Papa Benedicto XV se presentaba como muy delicada y ardua. Desde el principio se pronunció por la paz y proclamó la absoluta neutralidad e imparcialidad de la Iglesia. Lamentablemente sus reiterados llamados a la paz mundial quedaron sin ser escuchados. En un nuevo intento de lograr la paz, y juzgando el Papa que había llegado un momento favorable para intentar una mediación papal entre las naciones beligerantes, envió en 1917 una carta a sus líderes, proponiendo un serio plan de paz. Por la terca cerrazón de algunos esta sensata propuesta tampoco prosperaría. Mientras tanto Benedicto XV orientó los esfuerzos de la Iglesia hacia el ejercicio de la caridad efectiva, dirigida a ayudar a los que más sufrían como consecuencia de la guerra: repartió víveres y material sanitario, donó dinero, organizó un servicio de búsqueda de desaparecidos por el que, gracias a sus denodados esfuerzos y gestiones, muchos presos de guerra pudieron retornar a sus hogares. Terminada la guerra el año 1919 el bondadoso Pontífice continuó con su oficio de buen samaritano: entre otras muchas acciones caritativas, intercedió en favor de los alemanes, para que los aliados desistiesen del cruel bloqueo que habían impuesto, y que venía ocasionando un innecesario sufrimiento a muchas mujeres y niños. El Santo Padre mandó realizar asimismo una colecta en los templos católicos de todo el mundo para ayudar a niños hambrientos. También en la Unión Soviética, cuando la hambruna azotó a sus pueblos el año 1921, pondría a disposición de los necesitados la ayuda solidaria de la Iglesia. Debido a los esfuerzos pacificadores del Papa Benedicto XV, la Santa Sede experimentó por entonces un avance muy positivo en lo referente a las relaciones internacionales: recibió el reconocimiento diplomático del gobierno de Inglaterra (1914) y de Francia (1921); con el gobierno italiano se abría un camino de negociación cuando Su Santidad hizo explícito que la Iglesia no pretendía recuperar los estados pontificios que había perdido, con lo que se sentaban las bases para que, en el futuro, se llegase a una plena reconciliación con el estado italiano.
Separación de la Iglesia y el Estado en Chile: En 1925 el presidente de la república, Arturo Alessandri Palma, pensaba que la única forma de mantener la armonía entre la Iglesia y el Estado, era separar absolutamente las dos sociedades perfectas; Monseñor Crescente Errázuriz Valdivieso, en cambio no deseaba la separación; como arzobispo católico entonces, no debía ni podía aceptarla. El primer mandatario era liberal, amigo de la libertad de conciencia, y el prelado y metropolitano de Chile, a fuerza de su respeto reverencial por el dogma de la unidad de la Iglesia y el Estado, como la mayoría del clero de su tiempo. En este asunto, ambos personajes no podían estar de acuerdo. No obstante, ambos fueron precursores de la paz religiosa que prestigia a Chile y a la Iglesia.
Alessandri sufrió un golpe de Estado liderado por Carlos Ibáñez del Campo. Sin embargo, éste vuelve al gobierno y vuelve a ser electo presidente para el período de 1932-1938 en momentos de graves crisis generales. En 1932 hay una serie de jóvenes que comienzan a formar en Chile el Nacional Socialismo, los cuales en una protesta se refugian en el edificio del Seguro Obrero. Alessandri manda reprimir tales manifestaciones produciéndose la “Matanza del Seguro Obrero”; hecho que desprestigiará al gobierno. En 1938 asume la presidencia un hombre de corte radical y masón, de origen popular, don Pedro Aguirre Cerda. Él promueve las reformas educativas. Posteriormente a su muerte le sucede en el cargo otro radical, don Juan Antonio Ríos y luego don Gabriel González Videla. Por lo general, Chile se destaca por la formación del clero capaz de ejercer las más altas funciones pastorales y académicas en las universidades que están abiertas a los movimientos sociales de la época.
Pío XI: El cardenal Achille Ratti sería elegido para suceder a S.S. Benedicto XV en la Sede de Pedro. Con el nombre de Pío XI él tomaba ahora en sus manos el timón de la Barca de Pedro. Su Santidad Pío XI tuvo que guiar a la Iglesia en medio de un mundo sacudido y herido por la guerra. Su deseo más entrañable era el de lograr la paz duradera, trabajando para que el Señor Jesús llegase a ser el centro y el principio de toda la sociedad. “La paz de Cristo en el reino de Cristo” expresaba el núcleo de su “programa pontificio”, y con este lema buscaba motivar a todos los hijos de la Iglesia para que aportasen, cada cual en su particular ámbito de competencia, a la construcción de un nuevo orden social según los principios que para la convivencia en sociedad posee la Iglesia. Fue este deseo por el que en diciembre de 1925 instituía la fiesta de Cristo Rey con la publicación de su encíclica Quam primas. En ella decía: «En la primera encíclica, que al comenzar nuestro pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano. Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se había alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador. Por lo cual, no sólo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que además, prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. Con este mismo objetivo proclamaría tres años jubilares (1925, 1929 y 1933), así como bienales congresos eucarísticos. Este deseo de recordarle el primado de lo espiritual a una sociedad que optaba por una visión materialista, se mostraría también en sus sucesivas encíclicas: Divini illius magistri (1929), sobre la educación cristiana; Casti connubii (1930), que define el matrimonio cristiano y condena la contracepción; Quadragesimo anno (1931), que reafirma y profundiza las enseñanzas sociales que su predecesor, el Papa León XIII, desarrolló en su encíclica Rerum novarum. En 1936 Pío XI fundó la Academia Pontificia de las Ciencias, incluyendo como miembros a distinguidos científicos de diversos países. En este mismo campo, promovió un serio estudio en la línea de las diversas ciencias, en cuyo avance veía un reto al que la Iglesia debía responder. En 1931 instaló una estación de radio en el Vaticano, siendo el primer Papa en usar de este medio de comunicación con propósitos pastorales.
Las relaciones de la Iglesia con otros estados: Fueron notables sus esfuerzos para lograr acuerdos o "concordatos" por los que la Iglesia regularizaba su posición y sus derechos frente a los diversos estados. El de mayor trascendencia sin duda fue el concordato firmado con Italia en 1929 (Tratado de Letrán), por el que se llegaba a una definitiva y satisfactoria solución de la “cuestión romana”: la ciudad del Vaticano se reconocía como un estado independiente y neutral. Asimismo, por medio de su secretario de estado, el entonces cardenal Eugenio Pacelli, firmó los concordatos con el Reich alemán y con Austria, en 1933.
La preocupación del Pastor de la Iglesia Universal en lo que tocaba a los estados totalitarios fue en continuo aumento con los años. Cuando los valentones de Mussolini irrumpieron en los círculos del movimiento de la Juventud Católica y se cebaron a golpes en todos aquellos a los que pudieron echar mano, estalló realmente la tempestad, y Pío XI, en una carta sumamente enérgica, Non abbiamo bisogno, (29 de junio de 1931), proclamó que ningún católico podía ser un genuino fascista.
Posteriormente, nada menos que treinta y cuatro fueron las cartas de protesta que dirigió desde 1933 hasta el 36 al gobierno del Reich alemán, por la continua violación del Concordato y por la progresiva opresión a la iba sometiendo a la Iglesia en Alemania. Esta situación daría pie finalmente a hacer pública en su encíclica Mit brennender Sorge (1937) una enérgica condena a las enseñanzas y prácticas del nacionalsocialismo alemán. Contra las crueldades del sistema soviético no cesó el Papa de protestar; lanzó un llamamiento a los católicos del mundo entero para que hicieran reparaciones por su blasfema cruzada anti-Dios, y ordenó que se hicieran rogativas por Rusia al término de cada misa, todos los días en todo el mundo. Así, el año 1937 condenaría también al comunismo con su encíclica Divini Redemptoris. Protestó enérgicamente ante la cruel y feroz persecución desatada en México contra los católicos, y en 1933 denunciaba asimismo la separación entre Iglesia-Estado a la que el gobierno republicano había llevado a España.
Su legado: Poco antes de su tránsito a la casa del Padre Eterno, el 10 de febrero de 1939, el Papa Pío XI ofreció su vida por la paz del mundo, con la ilusión y esperanza de que ésta pudiese aún mantenerse en Europa a pesar de la ya muy delicada situación. En este sentido, buscó con empeño infatigable trabajar en favor de la unidad de humanidad, con la clara conciencia de que ésta no podía provenir de ninguna ideología de moda, sino de Aquél que es el único principio de unidad y comunión posible para la dividida humanidad: Jesucristo, el Señor y Rey del universo, el Príncipe de la Paz. Para promover la revitalización y el fortalecimiento de la sociedad cristiana, dio un gran impulso a la actividad misional, con el objetivo de hacer surgir vocaciones nativas en cada país. Comprendía bien Pío XI que sólo a través de una renovada misión apostólica y evangelizadora de la Iglesia, la sociedad misma habría de ser vigorizada en sus mismas raíces. Significativos fueron también sus esfuerzos por acercarse a las Iglesias Orientales separadas.
La Segunda Guerra Mundial: En Italia los fascistas son los que proclaman que debe gobernarse como la antigua Roma. Su líder es Benito Mussolini. El Duche o caudillo es aquel que dirige el estado, pasando la monarquía a un segundo plano. Empieza con una expansión colonialista en el norte de África. El nacional socialismo comienza casi igual que el fascismo. Hitler vuelve su mirada en Versalles: la raza aria se encuentra herida y comienza a tener adeptos, culpando a la raza judía de aplacar la aria. Hay que recordar que las cátedras en Alemania y Austria la tienen profesores judíos. Así el antisemitismo será el chivo expiatorio de la mediocridad alemana. Hitler al ser proclamado Gran Canciller alemán en 1933, construyendo la mejor red de caminos para invadir Europa. En los años 1938 y 1939 es evidente que Alemania pretende invadir. Mientras tanto, en España se produce la guerra civil de la cual sale vencedora el bloque nacionalista con Francisco Franco a la cabeza. Italia y Alemania apoyan a Franco como campo de ensayo para experimentar el real funcionamiento de las armas que están construyendo. En 1939 Hitler decide invadir Europa, aludiendo al sentimiento nacional. Invade Checoslovaquia y Polonia, anexándolas a Alemania, dando paso de esta forma a la Segunda guerra Mundial, la cual culminará en 1945. En esta guerra fueron vencidos los totalitarismos fascista y nazi; pero no ocurrió así con el totalitarismo comunista, que por una curiosa inversión de los planteamientos iniciales de la contienda militó desde 1941 en el bando vencedor, del brazo de las democracias occidentales. La partición del mundo acordada en Yalta por los jefes de las potencias aliadas determinó que la mitad oriental de Europa fuese entregada al dominio imperial de la URSS.
El Pontificado de Pio XII: Eugenio María Giovanni Pacelli en 1911 fue nombrado Subsecretario de la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios y luego, Secretario de la misma en 1914. En abril de 1917 fue elegido como Nuncio en Baviera, siendo consagrado por el Papa Benedicto XV arzobispo titular de Sardes. Una vez en Munich (capital de Baviera), el Nuncio Pacelli fue de gran ayuda al Papa Benedicto XV en sus esfuerzos por aliviar a las víctimas de la primera guerra mundial. Por aquellos tiempos difíciles, signados por los terribles efectos y secuelas de la gran guerra, el Nuncio Pacelli dio muestras de ser un verdadero Pastor. A despecho de las serias amenazas contra su vida, supo permanecer valientemente al lado del pueblo que el Santo Padre le había confiado. Sumamente comprensivo y pródigo en palabras de aliento y de esperanza cristiana para con quienes se sentía solidario en su dolor y padecimientos, se distinguió en todo momento por hacer concreta su caridad. Su extraordinaria bondad llegó a ser prontamente conocida por muchos alemanes que, por ese entonces, se beneficiaron de diversos modos de su caridad y celo pastoral. En 1920 fue nombrado primer Nuncio ante la nueva República Alemana (conocida como la República Weimar), mientras seguía siendo Nuncio en Baviera. Aunque la nueva nunciatura tenía su sede en Berlín, no se trasladaría allí sino hasta el año 1925. En 1924 firmó el Concordato de la Santa Sede con Baviera. Una vez trasladado a Berlín, y aunque ésta era la metrópoli del protestantismo, Monseñor Pacelli supo ganarse rápidamente la estima y el respeto de la población entera, como lo hiciera anteriormente en Munich. Mostraba un vivo interés por la vida eclesial y social de Alemania, y con su presencia paternal y sus extraordinarias alocuciones llenas de vitales enseñanzas, fomentaba la vida católica por donde podía. Se preocupaba de visitar hospitales, orfanatos, seminarios, escuelas, fábricas y talleres de todo tipo en diversas ciudades. Tres largos años de esfuerzos denodados dieron fruto en 1929, cuando el parlamento alemán aceptó y firmó el Concordato con la Santa Sede. Luego de 13 años de fructífera labor, en los que dio muestras de un inquebrantable sentido de responsabilidad, de una constante actitud paternal para educar, para perdonar y acoger, y para enseñar, Monseñor Pacelli dejó su cargo en la Nunciatura al ser nombrado cardenal en 1929. Al despedirse de Alemania, una grave preocupación oprimía a quien durante tanto tiempo había compartido la suerte del pueblo alemán: el paulatino auge del nacionalsocialismo. Por entonces nadie quiso escuchar sus muchas y clarividentes advertencias contra el peligro que se avecinaba. Al llegar a Roma, y ya como Cardenal, Pacelli sería inmediatamente nombrado Secretario de Estado. Su sentido de responsabilidad, su férrea voluntad y disciplina personal y su enorme amor a la Iglesia, hicieron que entregara sus mejores energías para ponerse a la altura de tan excepcional responsabilidad. Sin duda ello le valió el singular aprecio del Papa Pío XI, quien encontró en él un extraordinario colaborador y servidor. La confianza depositada en él por el Santo Padre fue un fuerte estímulo para realizar, en su puesto de servicio a la Iglesia, un trabajo incansable, tan efectivo como humilde en el cumplimiento abnegado de sus obligaciones.
Famoso sería también el Concordato que, como enviado del Pontífice, firmó con Austria y con la Alemania nazi en 1933. Muestra también de la gran confianza y estima que le tenía S.S. Pío XI fue su nombramiento como Legado Pontificio en visita a varios países del mundo: En 1934 asistió al Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires. En 1935, en su primer viaje a Francia, asistió a Lourdes. En 1936 fue enviado por Pío XI a realizar una visita pastoral por las tierras norteamericanas. En 1937, en su segundo viaje a Francia, asistió a la consagración de la basílica de Lisieux (Pío XI era un ferviente devoto de Santa Teresita). En 1938 asistió al Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Budapest. El testimonio de su ejemplar servicio y adhesión al Santo Padre quedaría grabado en los corazones de algunos cardenales alemanes cuando, en una importante reunión con ellos, pocos meses antes de ser llamado a la presencia del Padre Eterno, Pío XI les hacía partícipes de esta confidencia: “Sé como nadie lo que Su Eminencia (refiriéndose al Cardenal Pacelli) hace por mí y por la Iglesia, y ustedes deben saber lo que Nos debemos a nuestro Secretario de Estado. Piénsenlo cuando yo no esté aquí”.
Su Pontificado: Sucede que no sólo aquellos cardenales alemanes, sino también todos los demás cardenales presentes en el cónclave pensaron en el hasta entonces Secretario de Estado como el siguiente sucesor de Pedro. En efecto, no habían transcurrido 24 horas desde el inicio del cónclave cuando los hijos de la Iglesia escuchaban jubilosos la expresión "habemus Papam": el 2 de marzo de 1939, exactamente cuando cumplía 63 años de edad, el Cardenal Eugenio Pacelli fue elegido como sucesor de Pío XI en la Cátedra de Pedro. Sin duda sus lazos de amistad y de profunda admiración y devoción le hicieron tomar su mismo nombre: Pío, en su caso, XII. Desde su primer discurso, pronunciado el 4 de marzo de 1939, asombraría al mundo entero por su sabiduría llena de Dios, y por su lucidez en los terrenos de la vida religiosa y social. Su deseo era el de iluminar con la luz de Cristo a toda la Iglesia: hombres de ciencia, del mundo de la economía y de la política, trabajadores, artesanos y agricultores.
Su ejercicio pastoral y preocupación eclesial: Como Pastor sensible a la situación del hombre moderno, el Papa Pío XII sintió la necesidad de poner medios adecuados para que el hombre del mundo del trabajo pudiera acceder con más facilidad al sustento espiritual. Para ello adecuó los horarios de las misas, y redujo el tiempo hasta entonces observado para la abstinencia antes de recibir la Sagrada Comunión. El Papa Pacelli se caracterizó asimismo por tener una profunda piedad mariana. No había día en que dejara de rezar la oración del Rosario, siempre a la misma hora. Asimismo es él quien, recogiendo el sentir de la Iglesia, promulgó el Dogma de la Asunción de María a los cielos, el 1 de noviembre de 1950.
En el contexto mundial: Su Santidad Pío XII era considerado como el Papa de la paz. Como tal procuró por todos los medios posibles evitar la nueva guerra en Europa: realizó por ello, en un último intento diplomático, un llamado a todos para buscar resolver las diferencias pacíficamente, por la vía del diálogo. En un mensaje radial, difundido el 24 de agosto de 1938, habló al mundo entero para invitarle a abstenerse del recurso a la guerra, a la vez que le proponía un sensato programa de paz de cinco puntos, entre los cuales estaban: el desarme general, el reconocimiento de los derechos de las minorías, y el derecho de las naciones a la independencia. Durante el conflicto, Roma permaneció estrictamente neutral e imparcial. Llamó incesantemente a la paz duradera en base a la ley natural. Si bien ninguno de sus esfuerzos pacificadores logró evitar la guerra, el Papa Pío XII logró salvar a Roma de la destrucción. Asimismo, gracias a sus decididos esfuerzos, muchos pudieron hallar refugio en el minúsculo Estado Papal del Vaticano. A lo largo de la guerra, una comisión pontificia desarrolló un vasto programa de ayuda para las víctimas, especialmente para los prisioneros de guerra.
Su legado: Pequeño de estatura, delgado y ascético de apariencia, su personalidad irradiaba nobleza, servicio, bondad y santidad. Siempre se le veía cordial con todos, preocupado más en las necesidades de los demás que en las propias, dando abundantes muestras de caridad concreta especialmente para con quienes sufrieron por la guerra. Su testimonio de caridad y de santidad, sin duda, fue el origen de numerosas conversiones, de las cuales la más famosa sería la del Gran Rabino de Roma, quien al bautizarse tomaría su nombre: Eugenio Zolli. Él, impresionado por esa caridad y cuando todavía era el Gran Rabino de Roma, recibió de Pío XII cuanto oro faltaba para reunir los cincuenta kilogramos que la comunidad israelita había de entregar a las fuerzas alemanas de ocupación en un lapso de veinticuatro horas, sopena de ser deportados sus principales miembros; asimismo fue testigo de como, una vez desencadenada la persecución en Roma, Su Santidad suspendía de modo extraordinario las severas prescripciones del Derecho Canónico, de modo que se albergasen a las familias judías en la más estrecha clausura. Muchos y magníficos ejemplos de esta extraordinaria caridad cristiana fueron recogidos por Zolli en su obra Antisemitismo. Por su grandeza de espíritu, y su gran sencillez y humildad, entregó su vida al servicio de la Iglesia, mostrando una gran capacidad de trabajo y sacrificio, como un verdadero “siervo de los siervos de Dios”.
7. VATICANO II Y SU PROBLEMÁTICA: IDENTIDAD Y APROXIMACIÓN.
Juan XXIII y los Inicios del Concilio Vaticano II: El cardenal Angelo Giuseppe Roncalli contaba con 76 años cuando el 28 de octubre de 1958 era elegido para suceder en la sede petrina a S.S. Pío XII. El nuevo Papa quiso asumir el nombre del Apóstol Juan, el discípulo amado. A pesar de su edad el Pontífice Juan XXIII asumió un gran reto: convocar un nuevo Concilio Ecuménico, lo que tomó por sorpresa a más de uno. Ya en tiempos de su predecesor el Papa Pío XII se había venido preparando un concilio universal, pero por diversas razones el proyecto quedó interrumpido. Juan XXIII supo acoger la inspiración del Espíritu Santo, y, mostrando una vez más su paternal bondad y su gran energía y vitalidad llevó adelante la convocatoria del Concilio Vaticano II. Por su humilde deseo de ser un buen "párroco del mundo" supo ver la necesidad de que la Iglesia reflexionara sobre sí misma para poder responder adecuadamente a las necesidades de todos los hombres y mujeres pertenecientes a un mundo en cambio que se alejaba cada vez más de Dios. Convoca el Concilio Ecuménico Vaticano II ante la sorpresa de muchos El espíritu de su pontificado fue definido por él mismo en junio de 1959, con el término: aggiornamento, que se esclarecerá mejor en el radiomensaje Ecclesia Christi lumen gentium, del 11 de setiembre de 1962, en vísperas de la apertura Concilio. Era el deseo del nuevo Papa y de la Iglesia toda prepararse para responder con fidelidad a los nuevos desafíos apostólicos del mundo de nuestros días.
Así, pues, el "Papa bueno", un 25 de enero de 1959 (poco más de dos meses de iniciado su pontificado), tomaba por sorpresa a propios y extraños convocando a todos los obispos del mundo a la celebración del Concilio Vaticano II. La tarea primordial era la de prepararse a responder a los signos de los tiempos buscando, según la inspiración divina, un aggiornamiento de la Iglesia que en todo respondiese a las verdades evangélicas. “¿Qué otra cosa es, en efecto, un Concilio Ecuménico sino la renovación de este encuentro de la faz de Cristo resucitado, rey glorioso e inmortal, radiante sobre la Iglesia toda, para salud, para alegría y para resplandor de las humans gentes?” Para esto planteaba el famoso aggiornamento hacia adentro, presentando a los hijos de la Iglesia la fe que ilumina y la gracia que santifica, y hacia afuera presentando ante el mundo el tesoro de la fe a través de sus enseñanzas. Estas dos dimensiones se manifestarían constantemente en su pontificado. Conservar el sentido y significado de la fe actualizando su anunciado La apertura eclesial al mundo se muestra con claridad en sus encíclicas, siempre dejando en claro que ello no significaba en absoluto ceder en las verdades de fe. Dentro de este espíritu de apertura en fidelidad a la doctrina de siempre, el Papa Juan XXIII se esforzó también en buscar un mayor acercamiento y unión entre los cristianos. Su encíclica Ad Petri cathedram (1959) y la institución de un Secretariado para la Promoción de la Unión de los Cristianos fueron hitos muy importantes en este propósito.
Los cuatro objetivos del Concilio El Concilio Vaticano II: Para Juan XXIII cuatro habían de ser los principales propósitos de este gran Concilio:
ü Buscar una profundización en la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma.
ü Impulsar una renovación de la Iglesia en su modo de aproximarse a las diversas realidades modernas, mas no en su esencia.
ü Promover un mayor diálogo de la Iglesia con todos los hombres de buena voluntad en nuestro tiempo.
ü Promover la reconciliación y unidad entre todos los cristianos.
Paulo VI y el Panorama Contemporáneo: Hijo de un abogado y de una piadosa mujer, Giovanni Battista Montini nació en Concesio, cerca de Brescia, el 26 de septiembre de 1897. Desde pequeño Giovanni se caracterizó por una gran timidez, así como por un gran amor al estudio. En 1937 fue nombrado asistente del Cardenal Pacelli, quien por entonces se desempeñaba como Secretario de Estado. En este puesto de servicio Monseñor Montini prestaría un valioso apoyo en la ayuda que la Santa Sede brindó a numerosos refugiados y presos de guerra. En 1944, ya bajo el pontificado de S.S. Pío XII, fue nombrado director de asuntos eclesiásticos internos, y ocho años más tarde, Pro-secretario de Estado. En 1954, el Papa Pío XII lo nombró Arzobispo de Milán. El nuevo Arzobispo habría de enfrentar muchos retos, siendo el más delicado de todos, el problema social. Entregándose con gran energía al cuidado de la grey que se le confiaba, desarrolló un plan pastoral que tendría como puntos centrales la preocupación por los problemas sociales, el acercamiento de los trabajadores industriales a la Iglesia, y la renovación de la vida litúrgica. Por el respeto y la confianza que supo ganarse por parte de la inmensa multitud de obreros, Montini sería conocido como el "Arzobispo de los obreros". En diciembre de 1958 fue creado Cardenal por S.S. Juan XXIII quien, al mismo tiempo, le otorgó un importante rol en la preparación del Concilio Vaticano II al nombrarlo su asistente. Durante estos años previos al Concilio, el Cardenal Montini realizó algunos viajes importantes: Estados Unidos (1960); Dublín (1961); África (1962).
Su pontificado: El Cardenal Montini contaba con 66 años cuando fue elegido como sucesor del Pontífice Juan XXIII, el 21 de junio de 1963, tomando el nombre de Pablo VI. Tres días antes de su coronación, realizada el 30 de junio, el nuevo Papa daba a conocer a todos el programa de su pontificado: su primer y principal esfuerzo se orientaba a la culminación y puesta en marcha del gran Concilio, convocado e inaugurado por su predecesor. Además de esto, el anuncio universal del Evangelio, el trabajo en favor de la unidad de los cristianos y del diálogo con los no creyentes, la paz y solidaridad en el orden social, merecerían su especial preocupación pastoral.
El Papa Pablo VI y el Concilio Vaticano II: El pontificado de Pablo VI está profundamente vinculado al Concilio, tanto en su desarrollo como en la inmediata aplicación. En su primera encíclica, la "programática" Ecclesiam suam, publicada en 1966 al finalizar la segunda sesión del Concilio, planteaba que eran tres los caminos por los que el Espíritu le impulsaba a conducir a la Iglesia, respondiendo a los "vientos de renovación" que desplegaban las amplias velas de la barca de Pedro. Decía él mismo el día anterior a la publicación de su encíclica Ecclesiam suam: El primer camino “es espiritual; se refiere a la conciencia que la Iglesia debe tener y fomentar de sí misma. El segundo es moral; se refiere a la renovación ascética, práctica, canónica, que la Iglesia necesita para conformarse a la conciencia mencionada, para ser pura, santa, fuerte, auténtica. Y el tercer camino es apostólico; lo hemos designado con términos hoy en boga: el diálogo; es decir, se refiere este camino al modo, al arte, al estilo que la Iglesia debe infundir en su actividad ministerial en el concierto disonante, voluble y complejo del mundo contemporáneo. Conciencia, renovación, diálogo, son los caminos que hoy se abren ante la Iglesia viva y que forman los tres capítulos de la encíclica”.
Cronología del Concilio bajo su pontificado:
ü El 29 de setiembre de 1963 se abre la segunda sesión del Concilio. S.S. Pablo VI la clausura el 4 de diciembre con la promulgación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia.
ü En enero de 1964 (4-6), S.S. Pablo VI realiza un viaje sin precedentes a Tierra Santa, en donde se da un histórico encuentro con Atenágoras I, Patriarca de Antioquia y Constantinopla. El 6 de agosto de 1964, S.S. Pablo VI promulga su encíclica programática Ecclesiam suam.
ü La tercera sesión conciliar duraría del 14 de setiembre hasta el 21 de noviembre de 1964. Se clausuraba con la promulgación de la Constitución sobre la Iglesia. En aquella ocasión proclamó a María como Madre de la Iglesia.
ü Entre la tercera y cuarta sesión del Concilio (diciembre 1964), S.S. Pablo VI viaja a Bombay, para participar en un Congreso Eucarístico Internacional.
ü El 4 de octubre, durante la cuarta y última sesión del Concilio, viaja a Nueva York a la sede de la ONU, para hacer un histórico llamado a la paz mundial ante los representantes de todas las naciones.
ü El 7 de diciembre de 1965, un día antes de finalizar el gran Concilio, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I hacen una declaración conjunta por la que deploraban y se levantaban los mutuos anatemas (pronunciados por representantes de la Iglesia Oriental y Occidental en Constantinopla en 1054, y que marcaban el momento culminante del cisma entre las Iglesias de oriente y la de occidente).
ü El 8 de diciembre de 1965 confirmaba la aplicación de todos los decretos del Concilio, y proclamaba un jubileo extraordinario, el 1 de enero al 29 de mayo de 1966, para la reflexión y renovación de toda la Iglesia a la luz de las grandes enseñanzas conciliares.
Los dos primeros períodos del Concilio: El Concilio se desarrolló a lo largo de cuatro períodos de sesiones. A la inauguración solemne, celebrada el 11 de octubre de 1962, siguió inmediatamente el primer período de sesiones, que se prolongó hasta el 8 de diciembre de ese mismo año. Ya en la primera congregación general, que tuvo lugar el 13 de octubre, el concilio desarrolló su propia dinámica. Éste consideró como tutela la composición de las comisiones que la curia quería imponer a través del Secretariado general. Josef Frings, cardenal arzobispo de Colonia, fue el encargado de expresar el malestar de los padres, y dijo que éstos se conocían todavía demasiado poco y que, por consiguiente, no estaban aún en condiciones de realizar esas extraordinariamente importantes elecciones de las comisiones. En consecuencia, pidió que las mismas se aplazaran un par de días con el fin de prepararlas cuidadosamente. En el imponente estruendo de los aplausos que acogieron la intervención del cardenal de Colonia, el concilio se encontró a sí mismo. La elección para las comisiones se realizó el 16 de octubre y fue una verdadera elección donde se manifestaba la voluntad mayoritaria. Se emprendía así la marcha irreversible del concilio hacia el encuentro de su propia identidad. De esa manera, el concilio se convertía en el tercer polo de fuerza, junto con el Papa y la curia.
Los trabajos conciliares propiamente dichos comenzaron con el debate del esquema mejor preparado y más madurado, el de la Sagrada Liturgia. Su idea fundamental de que el pueblo congregado para el culto no es sólo un oyente pasivo, sino que debe participar activamente, contaba con profundas raíces, fortalecidas a lo largo de varias décadas mediante la actuación de los movimientos litúrgicos en diversos países. La petición para que se introdujeran las lenguas vernáculas en el culto y en la administración de los sacramentos, así como la demanda de la comunión bajo las dos especies, al menos en ocasiones especiales, sólo podían sorprender a quienes no habían participado en el movimiento litúrgico. Los tradicionalistas trataron de oponerse a la introducción de las lenguas vernáculas. Para ello, utilizaron el argumento de que el uso de los idiomas constituía un peligro para la unidad de la Iglesia. La orientación más cristocéntrica del año litúrgico y del calendario de los santos, el Breviario, la música y el arte eclesiástico fueron otros puntos importantes del acalorado debate sobre la liturgia. En la votación sobre la conservación de los elementos fundamentales y ulterior elaboración del esquema sobre la liturgia que había sido propuesto, una abrumadora mayoría se decantó por el principio pastoral. La Comisión de liturgia se hizo cargo de las numerosas propuestas de cambio expresadas por los padres conciliares.
Tras la liturgia, apareció en el orden del día de la congregación general el esquema sobre las Fuentes de la revelación (De fontibus revelationis). Tan masiva fue la crítica a este esquema, elaborado en lo esencial por el secretario de la comisión competente, el jesuita Sebastián Tromp, y tan numerosos fueron los votos de reformas, que Juan XXIII se decidió a encomendar este documento, de tanta importancia también para el ecumenismo, a una comisión mixta, de composición paritaria (Comisión teológica, presidida por el cardenal Alfredo Ottaviani, y el Secretariado para la unidad de los cristianos, presidido por el cardenal Augustín Bea). Esta osada forma de proceder del Papa se demostraría como apropiada en el desarrollo ulterior. Menor enjundia teológica tuvo el debate del esquema sobre los Medios de Comunicación social, elaborado por la comisión de apostolado seglar, y referido a la prensa, el cine, la radio y la televisión. Los padres conciliares parecían no encontrarse ambientados en el tema; no pocos vieron en ese esquema un ámbito marginal del concilio.
El concilio se consideró absolutamente competente en el esquema sobre las Iglesias orientales. En el debate se puso en seguida de manifiesto que este esquema no había sido preparado suficientemente, y que no había sido armonizado ni coordinado con otros esquemas. El patriarca Máximos IV dijo en afirmación lapidaria que aquel esquema se prestaba más a molestar a los ortodoxos que a reconciliarlos. En el debate de este esquema, el concilio tomó conciencia de que “la diferencia entre la Iglesia católica y las Iglesias orientales separadas radica menos en divergencias doctrinales sobre la salvación que en la concepción de la estructura de la Iglesia”.
El quinto y último esquema de este primer período de sesiones fue el que trataba de la Iglesia (De Ecclesia). El esquema, de 123 páginas impresas, presentado por el cardenal Alfredo Ottaviani, calentó los ánimos de los padres conciliares más que todos los anteriores. El arzobispo de Milán e inmediato sucesor de Juan XXIII, cardenal Giovanni Montini, abandonó su línea de actuación marcadamente discreta y criticó las insuficiencias teológicas y formales. En su opinión, se había concebido y presentado de forma superficial la relación de Cristo con la Iglesia. Afirmó que el esquema era excesivamente triunfalista, que se acentuaba demasiado poco el aspecto de la Iglesia como pueblo de Dios, que no se hacía referencia doctrinal a la función de los obispos como colegio.
Cuando Juan XXIII clausuró el primer período de sesiones del concilio, el 8 de diciembre de 1962, ni un solo esquema estaba maduro para su aprobación y publicación. Esto fue una especie de jarro de agua fría sobre las grandes expectativas que se habían depositado en el concilio y lindaban con la euforia. Desconociendo por completo la naturaleza y función de un concilio, incluso estratos centrales de la Iglesia se sintieron defraudados por la llamada falta de unanimidad de los padres conciliares. La interrupción de las sesiones pretendía no sólo ofrecer un lapso de tiempo para coordinar mejor los esquemas conciliares, sino para dar a los padres la oportunidad de atender a sus obligaciones pastorales en las diócesis respectivas.
En este intervalo moría, el 3 de junio de 1963, el hombre que había estimulado la celebración del concilio, había marcado sus pautas y lo había convocado: Juan XXIII. Aquel mismo mes sería elegido para sucederle Paulo VI. Puesto que, según el derecho canónico, un concilio queda suspendido ipso facto con el fallecimiento del Papa, algunos pesimistas llegaron a pensar que Juan XXIII había llevado consigo el concilio a la tumba. Pero el Papa recién elegido echó por tierra todas esas especulaciones. Tras proceder a algunas modificaciones del reglamento, como la ya mencionada introducción de los cuatro moderadores y la añadidura de una cuarta categoría de participantes (los auditores u oyentes), el 19 de septiembre de 1963 comenzaba el segundo período de sesiones con una orientadora alocución del pontífice.
Los padres reanudaron sus trabajos teniendo como primera tarea el esquema Sobre la Iglesia. El esquema reelaborado durante la pausa de las sesiones fue aceptado por una abrumadora mayoría como punto de partida para la ulterior discusión. En el debate especial, el segundo capítulo del esquema constituyó la piedra de escándalo. La preocupación por el poder primacial del Papa, tal como había sido definido por el Vaticano I, se enfrentaba al tema de las tareas, importancia y función del colegio de los obispos. La reinstauración del diaconado permanente, para hacer frente a la escasez de sacerdotes, la ley del celibato, el sacerdocio de los laicos, el estado religioso y la vocación de todos a la santidad fueron temas que los padres discutieron durante todo un mes. El debate que tuvo lugar en octubre de 1963 es considerado por muchos como el punto culminante desde el punto de vista teológico del Vaticano II.
Las siguientes nueve congregaciones generales se ocuparon del esquema Sobre los obispos. Sus principales puntos de discusión giraron en torno a la reestructuración de la curia romana, los derechos de las conferencias episcopales y su composición, la tarea y función del obispo auxiliar, y el delicado problema del tope de edad de los obispos gobernantes. Como ningún otro, este punto sacó a superficie el lado humano de los padres conciliares.
El tercer tema grave y difícil de este período de sesiones fue el ecumenismo. Esta temática constituyó una de las principales razones para la convocatoria de un concilio. El esquema había sido preparado por una comisión mixta, compuesta por miembros del Secretariado para la unidad y de la Comisión Oriental, y contenía cinco capítulos de gran actualidad e importancia:
Ø Los principios del ecumenismo católico.
Ø La configuración y práctica concretas del ecumenismo.
Ø La relación de la Iglesia católica con las comuniones eclesiales orientales y protestantes.
Ø La situación histórico - salvífica de la religión judía.
Ø El principio de la “libertad religiosa”.
En el debate, en ocasiones bastante acalorado, que tuvo lugar del 18 de noviembre al 2 de diciembre, se vio en seguida que no cabía esperar simplemente que las restantes Iglesias volvieran a la Iglesia Católica.
En la discusión sobre los dos últimos capítulos resonaron las palabras más duras que se escucharon en este concilio. Los padres conciliares provenientes del área árabe irrumpieron contra el capítulo sobre el judaísmo. En cuanto a la libertad religiosa, algunos temían que en ella se equiparara verdad y error. Ninguno de esos tres esquemas del segundo período de sesiones estaba maduro para la votación final. Sí, en cambio, habían alcanzado ese grado de madurez la Constitución sobre la liturgia y el Decreto sobre los medios de comunicación social. Mientras que en la tercera sesión pública, el 4 de diciembre de 1963, la Constitución sobre la liturgia pudo alcanzar casi la unanimidad, el Decreto sobre los medios de comunicación social obtuvo un considerable número de sufragios en contra. Con todo, ambos documentos pudieron ser confirmados y promulgados por Pablo VI en aquella sesión pública.
Malos augurios hicieron que el Papa advirtiera en la alocución final de aquel período de sesiones contra la interpretación arbitraria de la Constitución sobre la liturgia. El anuncio del viaje de Pablo VI a Jerusalén para encontrarse allí con el patriarca ecuménico Atenágoras sorprendió a los padres conciliares. Con ello, el Papa tenía de nuevo la iniciativa, no sólo en el terreno del ecumenismo.
Crisis y Conclusión: tercero y cuarto períodos de sesiones: El tercer período de sesiones duró desde el 14 de septiembre hasta el 21 de noviembre de 1964. En él se produjeron acontecimientos que marcaron indudablemente tanto los puntos culminantes como también la crisis del concilio. Hay que decir ante todo que este período de sesiones siguió debatiendo aquellos esquemas que ya habían sido objeto de discusión en los dos períodos precedentes, pero no habían quedado todavía cerrados.
En la apertura del período, el Papa concelebró con 24 padres conciliares, por primera vez durante el concilio. En el discurso inaugural, Pablo VI dio a entender claramente que consideraba el esquema Sobre la Iglesia como el tema de deliberación más importante. Supo enlazar hábilmente entre sí los dos polos que constituían la manzana de la discordia en ese esquema, primado pontificio y función del colegio episcopal, presentando al segundo como complemento del primero. En el actual capítulo tercero del esquema Sobre la Iglesia, que trataba de la estructura jerárquica de la Iglesia, chocaron frontalmente entre sí las diversas posiciones, como era de esperar. En el siguiente esquema Sobre el ministerio pastoral de los obispos en la Iglesia se avivaron de nuevo las posiciones contrapuestas.
Cuando los candentes temas de la libertad religiosa y de la “cuestión judía”, que originariamente habían constituido los dos últimos capítulos del esquema sobre el ecumenismo, fueron desligados de él y presentados por separado a finales de septiembre de 1964, la tensión entre las diversas posiciones se incrementó considerablemente. En cuanto a la libertad religiosa, el problema culminó en la pregunta sobre si la Iglesia católica, la portadora de la verdad, podía y debía pretender medios estatales para imponer esa verdad. El decreto presentado presuponía que la libertad de conciencia debe ser defendida en el ámbito civil del Estado incluso si es errónea.
La resistencia se materializó especialmente en aquellos padres conciliares provenientes de países en los que la Iglesia gozaba de una posición de privilegio (por ejemplo, España e Italia). El documento encontró partidarios decididos en los padres conciliares provenientes del ámbito americano. Éstos encontraron un compañero de ideas en Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia y futuro Papa. Al parecer, los ánimos habían acalorado de tal manera en este debate que, en el siguiente texto, la Declaración sobre los judíos, llegaron a escucharse manifestaciones que nada tenían que ver con la objetividad.
Los esquemas debatidos a continuación: Sobre la divina revelación, Sobre el ministerio y vida de los sacerdotes, Sobre la actividad misionera de la Iglesia y Sobre el apostolado de los seglares vivieron una atmósfera tranquila. Durante el debate de este último esquema, un laico pudo expresar por primera vez su postura.
El 19 de noviembre, el miembro e más alta jerarquía del Praesidium, el cardenal Eugene Tisserant, suprimió sin explicación alguna la votación sobre la Declaración acerca de la libertad religiosa, que había sido fijada ya, el orden se hizo añicos en el aula conciliar. Este día, el llamado “jueves negro” entró en la historia del concilio como la crisis de noviembre. En el dramatismo de aquellas horas, muchos padres conciliares veían evaporarse la libertad del concilio. Cuando la “autoridad superior” introdujo cambios también en el decreto sobre el ecumenismo, las olas volvieron a encresparse. Con todo, en la sesión pública que puso punto final a este período de sesiones, celebrada el 21 de noviembre, el concilio pudo aprobar y promulgar tres textos:
a) Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium).
b) Decreto sobre el Ecumenismo (Unitatis Redintegratio).
c) Decreto sobre la Iglesia orientales católicas (Orientalium Ecclesiarum).
En cuanto a la tan combatida Declaración sobre la libertad religiosa, el Papa prometió que constituiría el primer punto del cuarto período de sesiones.
El cuarto período de sesiones, del 14 de septiembre al 7 de diciembre de 1965, cerró el concilio. El discurso de apertura pronunciado por Pablo VI comunicó el sorprendente anuncio de un consejo episcopal permanente (Synodus episcopatus), cuyos miembros serían elegidos en su mayoría por las conferencias episcopales, pero que estaría sometido al poder directo e inmediato del Papa.
Entretanto, los once textos que este período de sesiones debía tratar habían sido preparados a fondo por las comisiones conciliares. Puesto que este período iba a ser el último, hubo durante él una permanente premura de tiempo. Como el Papa había anunciado, el esquema sobre la libertad religiosa fue el primer punto del programa de este período. El ponente, Émile Joseph de Smedt, obispo de Brujas, afirmó una vez más y enfáticamente que el presente texto en modo alguno equipara verdad y error. Sostuvo que el individuo seguía estando obligado en conciencia a buscar la verdad. Apuntó que se trataba exclusivamente de la libertad respecto a toda coacción religiosa en el ámbito civil. De esta forma, quedaba despejado el camino para la aprobación definitiva de este documento, así como para la continuación del trabajo sobre otros decretos. En consecuencia, en la sesión pública del 28 de octubre de 1965 se aprobaron y promulgaron nada menos que cinco de ellos. El Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos, que incidía de forma notabilísima en la estructura jurídica intraeclesial, fue aprobado casi por unanimidad. El Papa impidió que se debatiera la cuestión del celibato en el concilio. La suave Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, conocida también como Declaración sobre los judíos, suscitó emociones no desvinculadas de lo político. En cuanto al esquema Sobre la divina revelación, se logró dar con una formulación de la relación entre escritura y Tradición que en amplia medida reconciliaba a la minoría con la mayoría: “la Iglesia no deriva sólo de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas”.
El Decreto sobre el apostolado de los seglares, en el que colaboraron en medida notable también seglares, y para el que el mismo Pablo VI propuso algunos cambios, alcanzó al final una aprobación casi unánime. El esquema sobre el sacerdote (presbyterorum ordinis), que trata acerca de la misión, el ministerio y la vida del sacerdote, así como de su relación con el obispo, con los restantes sacerdotes y con los seglares, afirma que el celibato no pertenece a la esencia del sacerdocio, pero que tiene mucha conformidad con él desde diversos puntos de vista. Tanto este esquema como el que habla de la actividad misionera de la Iglesia, terminaron siendo aprobados por amplia mayoría.
El mayor quebradero de cabeza lo constituyó el esquema 13, que trataba sobre la Iglesia en el mundo actual. Aquí existían profundas diferencias entre las diversas posiciones. Muchos problemas apremiantes (el desarme, la regulación de la natalidad, la guerra total, las armas atómicas, etc.) no habían recibido respuestas claras y formulaciones nítidas. Hubo que trabajar con toda celeridad las 3000 propuestas de mejoras y enmiendas. El voto final del 6 de diciembre sobre este esquema, que recibió el título de Constitución pastoral Gaudium et spes, consiguió al final la convincente mayoría de 2111 votos a favor, y 251 en contra.
En la novena sesión pública, celebrada el 7 de diciembre de 1965, fueron aprobadas y promulgadas por el Papa la citada constitución pastoral, los decretos sobre la actividad misionera y sobre los presbíteros, así como la declaración sobre la libertad religiosa. Simultáneamente, como fruto de los esfuerzos conciliares a favor del ecumenismo, y respondiendo a la intención del papa del concilio, Juan XXIII, Pablo VI y el patriarca ecuménico Atenágoras levantaron la excomunión lanzada recíprocamente en 1054. Al día siguiente se cerró solemnemente el acontecimiento mundial, el concilio Vaticano II, en la Plaza de San Pedro.
Los documentos conciliares: Las enseñanzas del concilio están recogidas en 16 textos conciliares (4 constituciones, 9 decretos y 3 declaraciones), los cuales son:
ü Constitución sobre la Sagrada Liturgia (Sacrosanctum Concilium)
ü Constitución sobre la Iglesia (Lumen Gentium)
ü Constitución sobre la divina revelación (Dei Verbum)
ü Constitución pastoral sobre la Iglesia y el mundo moderno (Gaudium et spes)
ü Decreto sobre los medios de comunicación social (Inter mirifica)
ü Decreto sobre el ecumenismo (Unitatis Redintegratio)
ü Decreto sobre las Iglesias orientales católicas (Orientalium Ecclesiarum)
ü Decreto sobre el oficio pastoral de los obispos (Christus Dominus)
ü Decreto sobre la renovación de la vida religiosa (Perfectae Caritatis)
ü Decreto sobre la formación sacerdotal (Optatam Totius)
ü Decreto sobre el apostolado de los seglares (Apostolicam actuositatem)
ü Decreto sobre el ministerio y vida de los sacerdotes (Presbyterorum Ordinis)
ü Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia (Ad gentes divinitus)
ü Declaración sobre la educación cristiana (Gravissimum educationis)
ü Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra aetate)
ü Declaración sobre libertad religiosa (Dignitatis Humanae)
La Aplicación del Concilio: la época post-conciliar: Culminado el gran Concilio abierto al tercer milenio, se iniciaba el difícil periodo de su aplicación. Ello exigía un hombre de mucha fortaleza interior, con un espíritu hondamente cimentado en el Señor; hombre de profunda oración para discernir, a la luz del Espíritu los caminos seguros por donde conducir al Pueblo de Dios en medio de dificultades propias de todo proceso de cambio, de adecuación, de renovación propias también de la furia del enemigo, cuyas fuerzas buscan prevalecer sobre la Iglesia de Cristo. Lo que a Pablo VI le tocó vivir como Pastor universal de la grey del Señor, lo resume el Papa Juan Pablo II en un valiosísimo testimonio, pues él había podido “observar de cerca” su actividad: “Me maravillaron siempre su profunda prudencia y valentía, así como su constancia y paciencia en el difícil período posconciliar de su pontificado. Como timonel de la Iglesia, barca de Pedro, sabía conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial incluso en los momentos más críticos, cuando parecía que ella era sacudida desde dentro, manteniendo una esperanza inconmovible en su compactibilidad” (Redemptor hominis, 3).
Otras labores del pontificado de Pablo VI: El Papa Montini tuvo también una gran preocupación por la unión de los cristianos, causa a la que dedicó no pocos esfuerzos, dando así los primeros pasos hacia la unidad de todos los cristianos. Por otro lado, fomentó con insistencia la colaboración colegial de los obispos. Este impulso se concretaría de diversas formas, siendo las más significativas el proceso de consolidación de las Conferencias Episcopales Nacionales en toda la Iglesia, los diversos Sínodos locales y también los Sínodos internacionales trienales. Durante su pontificado los temas tratados en estos Sínodos episcopales fueron: el sacerdocio (1971); la evangelización (1974); la catequesis (1977). Otro hito importante de su pontificado lo constituye el viaje realizado al continente americano para la inauguración de la II Conferencia general del Episcopado Latinoamericano, siendo ésta la primera vez que un Sucesor de Pedro pisaba tierras americanas.
Las enseñanzas al Pueblo de Dios: Pablo VI ha dejado un rico legado en sus muchos escritos. Dentro de esta larga lista cabe resaltar a la encíclica Populorum progressio, la cual trata sobre el tema del desarrollo integral de la persona. Esta encíclica fue la base para la Conferencia de los Obispos latinoamericanos en Medellín. También merece ser especialmente mencionada la exhortación Evangelii nuntiandi, carta magna de la evangelización, que pone enfáticamente el anuncio de Jesucristo en el corazón de la misión de la Iglesia. Para muchos, esta carta vino de algún modo, a completar y profundizar la Gaudium et spes. Además, constituyó el telón de fondo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla. La encíclica programática Ecclesiam suam (la primera que escribió) es asimismo, de gran importancia. Manifiesta que de la “conciencia contemporánea de la Iglesia (nos dice Juan Pablo II), Pablo VI hizo el tema primero de su fundamental Encíclica que comienza con las palabras Ecclesiam suam; (...) Iluminada y sostenida por el Espíritu Santo, la Iglesia tiene una conciencia cada vez más profunda, sea respecto de su misterio divino, sea respecto de su misión humana, sea finalmente respecto de sus mismas debilidades humanas: es precisamente esta conciencia la que debe seguir siendo la fuente principal del amor de esta Iglesia, al igual que el amor por su parte contribuye a consolidar y profundizar esa conciencia. Pablo VI nos ha dejado el testimonio de esa profundísima conciencia de Iglesia. A través de los múltiples y frecuentemente dolorosos acontecimientos de su pontificado, nos ha enseñado el amor intrépido a la Iglesia (...)” (Redemptor hominis, 3).
Son muy significativas también todas las enseñanzas dadas con ocasión del Año Santo de la Reconciliación, en 1975, lo que queda manifiesto en una importante exhortación apostólica: La reconciliación dentro de la Iglesia. Por otro lado, es también de especial importancia El Credo del Pueblo de Dios. En él, el Papa Pablo VI hace una hermosa profesión de fe, que reafirma las verdades que el Cuerpo místico de Cristo cree y vive, tomando así una firme postura ante los no pocos intentos de agresión que sufría la fe cristiana. La herencia que ha dejado a la Iglesia con todos sus escritos es invalorable.